Por Alberto Pérez-Calderón //

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Desde que el hombre ha participado en competiciones reguladas, ya en la edad antigua  -en los Juegos Olímpicos de Atenas-, se ha visto abocado a ingerir sustancias que supongan la mejora de sus condiciones físicas y mentales para superar a sus adversarios, de tal manera que no sólo suponga la ingesta de tales sustancias un aumento de capacidades para la mera participación en las competiciones, sino que dicho aumento o mejora de sus habilidades se traduzca en un incremento de los triunfos que se obtengan al competir.

En nuestros días es un hecho notorio que en muchos de los deportes que se practican, continúa ese afán por doparse para ganar, sobre todo en aquellos deportes individuales, véase el ciclismo, más que en los colectivos o de equipo, bien sea porque en los deportes de equipo la diferencia no la marca un único individuo. De la misma manera ocurre en aquellos deportes donde el tiempo marca la diferencia de un resultado, por ejemplo, en el caso del atletismo con la prueba de los 100 metros lisos. El deporte es un verdadero espectáculo social y mediático donde algunos de estos deportistas se han convertido en auténticos gurús de hacer dinero y de acumular records. Exigimos como aficionados a nuestros deportistas su máximo rendimiento en las competiciones y que se mantengan en el primer nivel deportivo; mientras la industria deportiva ejerce aún mayor presión al ver en sus patrocinados una fuente ingente de ingresos.

Es cierto que utilizar sustancias de las que se desconocen los efectos secundarios, a corto o largo plazo, puede resultar perjudicial para la salud de los deportistas, y en ningún caso debería ser admisible su administración o utilización por éstos, por lo que todo organizador de cualquier competición debe poner los medios a su alcance para perseguir  ese tipo de dopaje que denominaré “dopaje clandestino”. Una clase de dopaje que, en muchos casos, no están comprobados efectos favorables, en caso de que tales sustancias prohibidas las empleen los deportistas, de ahí que éstos se hayan convertido en muchas ocasiones en víctimas del propio sistema deportivo. Por tanto, esta clase de dopaje sí debe perseguirse y ser intervenido.

Llegados a este punto, podríamos hablar de un nuevo concepto, como el  “dopaje limpio”; término que a muchos les podrá parecer un contrasentido, pues cuando hablamos de dopaje lo primero que se nos viene a la cabeza es un significado negativo del mismo. A decir verdad, considero que no podemos tomar una competición como equitativa y justa cuando no todos los deportistas se rigen por las mismas reglas. Sirva el caso de la selección estadounidense de baloncesto cuando participa en los juegos olímpicos; o querer que nuestros deportistas sean ejemplo para nuestros jóvenes, cuando quizás deberíamos plantearnos la extrema dificultad de las pruebas deportivas sobrehumanas a las que les sometemos. Como es el caso del ciclista que participa en “El Giro de Italia” consistente en un extenuante recorrido de 3.503 km.

Debe llegar el momento en el que tratemos las cosas como lo que son, dejando de acusar de la toma de pócimas mágicas a cualquier deportista, al que no seamos afines cuando gana una competición. Tenemos dos opciones: por un lado, limitar y rebajar la extrema dificultad de las competiciones deportivas y así evitar que se incremente el dopaje, puesto que éste ya no será necesario. Aunque así, lamentablemente no dejará de haber dopaje, pues esta práctica es “histórica” y siempre vamos a tener deportistas que quieran alcanzar el triunfo a cualquier precio. Pues habrá quien sea menos virtuoso que otro y pretenda alcanzar los méritos que no pueda ostentar por sí mismo, incrementando sus capacidades a través de lo que anteriormente denominé como “dopaje clandestino”.

La otra posibilidad es el “dopaje limpio”. Con una lista de sustancias contrastadas científicamente como mejoradoras del rendimiento deportivo, no afectantes a la salud, cuyo uso controlado se realice por médicos cualificados a tal efecto. ¿Por qué no liberalizar el empleo de las mismas en el ámbito deportivo y en especial de las competiciones? Dopaje ya tenemos y sabemos que va a seguir existiendo, de esta forma, tendríamos un dopaje controlado, incluso aportaría más equidad a la competición y sería la única opción a tener en cuenta si se sigue aumentando la dureza de las pruebas deportivas y exigiendo continuar batiendo records a los profesionales del deporte.

¿Igual que está de moda hablar del “fair play” o juego limpio por qué no hablar de un “dopaje limpio”?

Alberto Pérez-Calderón Corredera. Abogado especializado en Derecho Deportivo en Calderón Corredera Abogados.

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