Por Blas López-Angulo //
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La magia de la Copa suspende el tedio de una Liga desigual. Muy a pesar de los dirigentes de ambos torneos, que en beneficio de los grandes, convierten en epopeya trastornar el trazado previsto para los mismos. Viene de antiguo la preocupación de evitar sorpresas mayores que les puedan dejar tirados por el camino.
Predecir el posible ganador de una competición tan mermada como la Liga española, según el famoso pasaje del clásico ensayo de Pierre Simon Laplace, no resultaría en absoluto incierto. Cabría reducir las probabilidades estadísticas a las leyes generales de todos los cuerpos y fenómenos del «sistema del mundo». La Liga sería pues como el viejo mecanismo de las piezas de un reloj, donde todas encajan. Así gravitaba el universo. Ordenado e inalterable, manteniendo un equilibrio natural predeterminado. La Copa, en cambio, escapa a este modelo mecanicista, a esta inteligencia omnicomprensiva de todos los factores actuantes, que dicta las reglas de su comportamiento. No en balde es conocida la Liga como el campeonato de la regularidad.
Algunas particularidades se dan por tanto en el torneo llamado del K. O. que posibilitan romper la maldición binaria culé-merengue. Hasta una docena de equipos se han plantado en su final coronada en los últimos años. De ellos, Zaragoza, Betis, Mallorca, Real Sociedad, Osasuna, Getafe, Huelva y Celta nunca han ganado la Liga y la mitad no permanece siquiera entre la elite. Especialmente el «Euro-Betis» confirmaría las más modernas teorías de Stephen Hawking sobre el caos, el azar o los dados de Dios. Capaz en un mismo año de proclamarse campeón copero y descender a segunda división. Su «manque pierda» no puede ser a la vez más hipotético y real.
Aún con todo, vistos los tristes cuartos de una nueva edición del campeonato más antiguo del reino, el «sistema español» padece una asfixia de sus dos gigantes que no ocurre en otros países. En Francia, un segunda fue campeón recientemente y otro de cuarta división finalista, como ya reseñé el pasado verano. Parecidos ejemplos encontramos en Inglaterra, Alemania, Portugal o Suiza.
¿Cómo es posible? Algo hemos dicho estos días tratando de desterrar algunos tópicos del esplendor del césped. Espero no haber levantado demasiadas antipatías, pues como decía Gracián, se tiene por «agravio el disentir, porque es condenar el juizio ageno». Y añadía este otro maño universal: «La verdad es de pocos, el engaño es tan común como vulgar».
Ese azar o caos que mencionamos semanas atrás es menos corregible en 3 ó 4 partidos que en los 40 de un campeonato. A un solo partido el factor campo, el árbitro o incluso el viento pueden neutralizar la indiscutible superioridad del rival. La rudeza arrolladora típica de los equipos norteños junto al ardor de su afición han inclinado en el pasado muchas veces favorablemente la balanza. La gloria de esas señas de identidad han pesado en ocasiones tanto o más que la celebridad de los ases rivales, cracks, galácticos o como se llamen hoy.
Y no lo olvidemos, equipos humildes como el Numancia y el Mirandés, deben en parte lo que son a ese magnífica ocasión que les deparó la magia de la Copa.