Por Blas López-Angulo //

_________________________________________________________________________________________

Tendemos a encasillar de una manera tan exacerbada, que anécdotas como la que sin más dilación voy a referir chocan hasta parecernos apócrifas. Martin Heiddeger fue considerado por muchos el mayor filósofo del pasado siglo. La filosofía clásica abandonó el griego, y posteriormente el latín, para entenderse en alemán por medio de Leibniz, Kant, Hegel,  Schopenhauer, Nietzche y tantos otros. A mediados de los sesenta, el director artístico del centenario teatro de Friburgo, Hans-Reinhard Müller, compartió vagón inopinadamente con su ilustre vecino, Heidegger, en un tren que venía de Karlsruhe. Al reconocerlo emocionado -el filósofo de la Selva Negra ya gozaba de esa primacía mundial- pretendió desarrollar un charla profunda sobre literatura y arte, algo que no logró.

Heidegger, que regresaba de dar unas conferencias en la Academia de Ciencias de Heidelberg, como un zorro-zen, esquivaba el bulto, ya sea con silencios o con monosílabos. De repente el filósofo, todavía bajo la impresión del último partido de fútbol presenciado, le habló todo el tiempo de un jugador maravilloso, un tal Franz Beckenbauer, que jugaba en el por entonces mediocre FC Bayern München, y al que singularmente ayudó a crecer hasta convertirse en el todopoderoso equipo que conocemos actualmente. El profesor se deshizo en elogios hacia él por su estilo de juego, admirado relató la precisión y la delicadeza con la que trataba el balón, incluso con lenguaje corporal le visualizó al estupefacto director las fintas de su juego.

Martin Heidegger calificó a Franz Beckenbauer, de tan sólo veinte años, de großartiger Spieler, jugador genial, además de subrayar su invulnerabilidad en la marca o lucha cuerpo a cuerpo. El filósofo del Sein und Zeit (Ser y tiempo), ya había intuido en ese novato al futuro Kaiser, al König von Westfalen, como le empezó a llamar la prensa deportiva alemana. Müller además concluyó acertadamente que a Heidegger no le interesaba en absoluto el teatro.

Similar encasillamiento nos sacude con otros personajes y órdenes de la vida. Por ejemplo, si damos la vuelta a la empanada, nos llevaríamos la sorpresa de que los futbolistas, entre ellos, rara vez hablan de fútbol. Los coches, los móviles, la ropa, las chicas…ocupan sus charlas, sin que tenga que ser necesariamente por ese orden ni tampoco el contrario.

Exceptuado, claro, el caso mórbido del «filósofo» Guardiola, cuya patología ha transmitido al hasta ahora sano y patriótico juego alemán. De vivir hoy el catedrático de Freiburg, en una supuesta conversación entre ambos le llevaría a este más hacia los reproches, que su admirado Beckenbauer ya le viene haciendo, que a conversar morosamente, casi como colegas, sobre su común pasión. Para Heidegger, el fútbol se podría relacionar secretamente con su propia idea de lo que es el hombre en el mundo, de lo que debe entenderse por filosofía: una inquietud cultivada metódicamente y cuyo objetivo es abrir el mundo por medio de una praxis auténtica. El Fußball sería simplemente “ la iluminación de los comportamientos que contemporaliza la Vida en su propio ser…”.

El fútbol, como dispositivo de juego, es para Heidegger una verdadera Gesamtkunstwerk, una obra de arte total, según la entendió Wagner. Un placer y nunca una tortura analítica acerca del sistema táctico ideal para abrir el campo. Messi, Xavi e Iniesta encarnaron la perfección que ahora busca repetir Pep Guardiola en el Bayern. Un equipo, además, que ya el año pasado disfrutaba de unos jugadores que lo ganaron todo. Por lo que la apuesta ha tenido más de metafísica que de otra cosa. Si algo nos enseña el fútbol es un compendio de máximas de gran utilidad práctica. Una de ellas: nunca cambies lo que ya funciona de maravilla.

Por IUSPORT

Si continúa navegando acepta nuestra polìtica de cookies    Más información
Privacidad