Por Eva Cañizares //

_________________________________________________________________________________________

Las nueve en punto de la mañana. Suena la música que indica que se da paso a las wp_posts en RNE. Cinco minutos después, y como cada domingo, la “poesía de la vida” de Andrés Aberasturi. Es normal que la escuche con deleite pero, en esta ocasión, capta toda mi atención desde el primer momento. Habla de la “hazaña” de la atleta keniata que, en la pasada edición de la maratón de Austin (Texas), logró alcanzar la meta a gatas. Así lo narraba el autor:

 

“Hyvon Gnetich cruzó la meta en tercera posición en el maratón de Austin el pasado domingo. Muchos metros antes había dejado de ser una corredora para convertirse en una máquina rota que seguía moviéndose sin conciencia, ausente de sí misma, con su hermosa negritud keniana desvencijada por completo, la mirada perdida en ningún sitio, desorientada y exhausta.

 

Unos metros antes de llegar al final, el cuerpo se rindió y dejó de correr y cubrió el último tramo a gatas, arrastrando estrictamente su felina figura destartalada y dolorida. La seguía alguien con un carro de ruedas y un alma cándida dedescarga la cruz roja se acercó para ayudarla pero le dijeron que no, que no la tocara o sería descalificada. Hyvon se arrastraba por el asfalto y le salía espuma por la boca. Cuando apenas le quedaban diez metros se paró y apoyó la cabeza contra el suelo. Fueron unos segundos de desconcierto y de silencio.

 

Levantó entonces un poco su mirada profunda y volvió a gatear hacia la meta entre el clamor de un púbico entusiasta. Al fin llegó. La levantaron y  entonces perdió el conocimiento. Cuando después se repuso pudo decir “No me acuerdo de los dos últimos kilómetros. ¿La línea de meta? No tenía ni idea dónde estaba”. Las imágenes han dado la vuelta al mundo y se pueden ver en internet.

 

Cuento esta historia tal cual fue porque no comparto la grandeza de la gdescarga (1)esta, porque no me emociona el sufrimiento y porque la muchacha ni siquiera era consciente del espectáculo que estaba dando al mundo. Seguía hacia la meta porque estaba programada para eso y en los dos últimos kilómetros la mujer desapareció y el ser humano, perdida la conciencia, se convirtió en máquina que continuaba descontrolada cubriendo metros. Y al final se rompió y rota, con la dignidad arrastrándose por el asfalto, sólo ofreció un triste espectáculo sin siquiera quererlo.

 

¿Dónde está la grandeza? Alguien, no sé quién, debió de retirarla mucho antes; por su propio bien y por la escasa dignidad que le va quedando ya al deporte.”

 

           ¿Entienden ahora por qué atrajo mi atención? Esa última frase me hizo reflexionar y volver sobre un tema del que he debatido bastante con otros compañeros e, incluso, con algún que otro periodista deportivo, como es el de la dignidad de los deportistas de alto rendimiento, un ámbito del deporte en el que, en más ocasiones de las que imaginamos, se suele instrumentalizar al ser humano al reducirse la realidad de éste a ganar y obtener medallas, donde los deportistas y atletas son tratados más como objetos de producción que como personas – no hay más que ver a las pequeñas gimnastas de rítmica o artística y los excesos y esfuerzos a los que son sometidas para convertirlas en auténticas campeonas -. Y es que, en el deporte de élite, el problema no es la competencia sino a costa de qué y cómo se estructura esa competencia y cuál es el objetivo de la misma.

 

            Y donde es más preocupante esta situación es, como ya he adelantado, en el deporte de alta competición a edades tempranas. Si bien es verdad que, en la mayoría de los casos, la práctica del deporte por niños y niñas supone una experiencia sumamente provechosa, que les proporciona una serie de beneficios psicológicos y físicos, sin embargo, lograr esas implicaciones positivas depende fundamentalmente de las circunstancias en las que se produzca esa práctica y, en ocasiones, si estas circunstancias no son las adecuadas, el esfuerzo físico y psíquico que se requiere puede llegar a suponer una vulneración de los derechos de los menores, al desvincularse el deporte de su función educativa y de desarrollo y convertirse en un instrumento orientado al logro de beneficios económicos y de prestigio, beneficios económicos que van antepuestos al bienestar del niño al primar el objetivo del Estado en crear “fábricas de medallas” como símbolo de prestigio del país.

 

              Estamos hartos de ver a deportistas de reconocido prestigio como tenistas, pilotos de motociclismo y fórmula 1, futbolistas, y otros desconocidos para la mayoría del público como esas gimnastas adolescentes, o atletas como la keniata de la poesía de Aberasturi, compitiendo, en múltiples ocasiones, con dolor lo cual les termina provocando alguna lesión a lo largo de sus carreras que pone en jaque su salud. Y es que ser un superatleta se ha convertido en una profesión de riesgo, porque, sí, el deporte es salud, pero su exceso puede resultar perjudicial en algunas disciplinas de la alta competición. Interminables entrenamientos, calendarios apretados, la elevada exigencia que supone rendir al máximo y mantenerse en la cúspide, la mala alimentación, el escaso descanso, etc, son, entre otros, los motivos de que muchos atletas sufran lesiones y graves secuelas de por vida.

 

              Aunque existen multitud de normas y leyes relativas a la protección de la infancia que están destinadas a proteger a los niños del daño físico y emocional, apenas existen soluciones específicas en la legislación propiamente deportiva. En España tampoco encontramos en todo el articulado de la Ley 10/90 del Deporte medidas de protección de los jóvenes deportistas.

 

          Por tanto, a sabiendas de que es un tema polémico, en mi opinión se debería trabajar para lograr una mayor dignidad de los deportistas a estos niveles de competición en los que la persona desaparece para dar paso a la máquina, como decía Aberasturi, y, necesariamente, adoptar las medidas adecuadas para que no se esclavice al deportista porque, en definitiva, el deporte es para el ser humano y no el ser humano para el deporte.

Por IUSPORT

Si continúa navegando acepta nuestra polìtica de cookies    Más información
Privacidad