Por Javier Rodríguez Ten //
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Hace no tanto tiempo, el hecho de que algún deportista compitiera con la selección o el equipo olímpico español (o de otro país) era noticiable, y lo sigue siendo en fútbol, baloncesto y algunas otras disciplinas mediáticas. Sin embargo, no es noticiable, pero ha proliferado, la participación de deportistas nacionalizados en los deportes no tan conocidos, o no tan seguidos. Y no es el caso de España, donde hay algún supuesto, sino de terceros Estados, incluso en algunos que aspiran a lograr un reconocimiento internacional del que carecen mediante resultados deportivos.
En los círculos deportivos se conoce que determinados países, por donde fluye el dinero sin problemas o que anteponen estas ambiciones, están «tentando» a jóvenes promesas y a deportistas consagrados para que participen en sus competiciones y mediante la obtención de residencia (si es que no se hace de otra manera) adquirir la nueva nacionalidad abriendo la puerta a la participación en la selección, una selección reforzada de esta singular manera. A tal fin, es esencial el estudio de las causas de inelegibilidad de los deportistas en cada regulación federativa, porque son diferentes.
Por otra parte, existen selecciones nacionales de algunas disciplinas plagadas de nacionalizados, sin fraude alguno y aprovechando las opciones legales existentes. Aquí se abre el debate sobre si para jugar en la selección se debe ser nacional «de origen» o da igual, por ser un derecho (y un deber, no lo olvidemos) inherente a la condición de ciudadano de un Estado. Aunque haya a quienes no les guste, la respuesta legal es clara. La alternativa es (y ya lo propusimos) que los campeonatos europeos y mundiales también lo sean por Federaciones, participando las selecciones de las Federaciones/Ligas Profesionales de los diferentes países entre sí (imaginen la de la RFEF/LFP, con la selección española reforzada por Cristiano Ronaldo, Messi…)
En mi opinión, si mantenemos el modelo debería existir una regulación uniforme, a nivel deportivo internacional y coordinada con los Estados, para que el derecho-deber a ser convocado en una selección nacional fuera idéntico en todas las disciplinas deportivas y países. En la que se distinguiera entre el jugador nacionalizado antes de su explosión deportiva y el que lo hace tras adquirir relevancia (no necesariamente internacional, bastaría con competir en la élite un determinado número de encuentros) como para suponer que tras la nacionalización puede esconderse ese interés particular por formar parte de una selección que no le ha acogido y que, de no mediar el cambio, posiblemente no le acogería, o ya no debería acogerle, buscando fraudulentamente alcanzar un interés deportivo (ser internacional en un entorno menos competitivo) o económico, o de los dos tipos, que no nos parece encaje en los ideales olímpicos y en el fair play.
El criterio de haber sido internacional o no, o en una determinada categoría, es un buen comienzo pero no es suficiente. Y a veces puede llegar a ser injusto. Por eso hay que asumir la cuestión y buscar un acuerdo general, tanto a nivel deportivo como político, que sea justo e impida la picaresca. Como idea.