Por Blas López-Angulo //
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Se entiende que el Barça es más que un club porque representa a toda Cataluña, sobre todo en tiempos en que no cabía su representación política, que es cuando se acuñó el eslogan. En cambio, existen otros clubes catalanes en la órbita profesional, como el Espanyol, Sabadell o Girona, igual de catalanes o más. Un caso de identidad y representatividad más completo lo ofrece Osasuna con respecto a Navarra donde no hay otros equipos que jueguen en todo el territorio nacional.
Incluso el nombre es único entre los equipos profesionales por corresponder a una lengua vernácula (el euskera es lengua propia, según la reconocen sus leyes forales) y por querer simbolizar en sí los valores de su tierra. Benjamín Aduain propuso dos: indarra, que significa fuerza, y osasuna: salud, vigor y, en consecuencia, fuerza también.
Su himno, aunque adolece de todos los tópicos cursis del género, «Defiende sus colores con brío arrollador», refuerza esta pretendida identidad. Colores, con el azul marino al fondo de la desembocadura del Bidasoa, y el rojo predominante que lo mismo simboliza esa robustez del roble montañés que el ímpetu que da el vino de la ribera. Osasuna como crisol de Navarra entera, antiguo reino, no por pequeño menos complejo.
Pasados los primeros tiempos de esnobismo en Pamplona, la Sportiva F.C. y el New Club, se fusionarán con el nombre de Osasuna. La ciudad levítica y amurallada, asimilará la modernidad triunfante de este «sport» para impregnarlo de su tradicionalismo, conservado hasta nuestros días. De hecho, se defenderá un fútbol a la navarra, claro, que si la tribuna elegida era un periódico como el Pensamiento Navarro, tampoco tiene mucho de extraño. Es mentira que Baroja dijera «¿Pensamiento y Navarro? Imposible.» Al menos eso me confirma el novelista pamplonica Sánchez-Ostiz. En todo caso, el fútbol sí que admite diferentes estilos regionales, algo impropio sin embargo de la actividad racional.
Con los nacionalismos y el racismo desatados en la Europa de entreguerras, la «pasión partisana» del fútbol en la invertebrada España servía para depositar las acentuadas honrillas autóctonas en las botas de sus nuevos ídolos locales. Ahora bien, como denunciaba un cronista de aquella época «las superioridades de raza no se demuestran a patadas, por muy científicamente que las den un Gorostiza, un Quesada o un Samitier». Parece, no obstante, que los tiempos no han ido a mejor.
Para Osasuna sí. Positivamente ha sabido mantener esas señas fundacionales. Desde su aparición en primera en tiempos de la República, ha combinado su modestia, a falta del virtuosismo técnico de los grandes, con una entrega generosa en lo físico, así como un entusiasmo en lo moral que a veces roza ese «brío arrollador» de su himno. Ya se sabe que querer es poder y los equipos humildes solo se salvan si creen en sus posibilidades, a pesar de todo.
Así se explica que Osasuna permanezca en la elite por más tiempo en las últimas décadas, coincidiendo con las circunstancias más contrarias. Las de la mercantilización y globalización del negocio futbolero a través de la fórmula jurídica de las sociedades anónimas deportivas, que propician que clubes más grandes se hallan deslizado por su pendiente. Osasuna que llegó a semifinales europeas y a participar en Champions, convierte su austera financiación en otro rasgo de su personalidad. Podían sus dirigentes haberse lanzado por esa pendiente tramposa y haber obtenido una quimérica gloria. O darse el mismo festín que otros colegas a base de algo tan sencillo como gastar y no pagar.
A la larga, mantener el club su excepción jurídica junto a los tres grandes históricos del fútbol español, le ha reportado una estabilidad desconocida para los demás. También que no escape del control de sus socios. Ese es su premio y su gloria.