Por José Luis Pérez Triviño //

_________________________________________________________________________________________

En efecto, tal problema estriba en que por un lado el espíritu olímpico aspira a que los deportistas desempeñen su despliegue físico conforme a ciertos valores: respeto al adversario, al juego limpio, así como cumplir con la exigencia de dar lo mejor de uno mismo sobre el terreno de juego. Esto es precisamente la base del juramento olímpico, el verdadero espíritu de la deportividad.

Pero por otro lado, el deporte, olímpico o no, está íntimamente vinculado a la competitividad y al deseo de obtener la victoria. Para eso, los atletas se entrenan y sacrifican durante años. Además, una parte importante de la parafernalia deportiva, incluida la olímpica, consiste en reconocer y premiar al vencedor, con un ramo de laurel, una copa, una medalla o con recompensas económicas.

Es en este aspecto del deporte donde tienen especial importancia las estrategias. Los deportistas, los entrenadores, los técnicos de cualquier disciplina reflexionan,  diseñan, elaboran los medios más adecuados para obtener la victoria. Es obvio, que entre las estrategias más fructíferas está evitar los obstáculos más difíciles. Y esto es precisamente lo que hicieron los equipos de bádminton mencionados: tratar de evitar los peores rivales en las etapas posteriores del torneo. Y es que una competición como la de bádminton en los Juegos Olímpicos es vista como un conjunto de etapas que hay que atravesar hasta llegar a la final. En ocasiones, hay que reservar fuerzas para afrontar una fase posterior del juego o del torneo con las mejor disposición física posible.

Por cierto, que esta misma actitud se ha visto en multitud de ocasiones en otros deportes. Son bien conocidos los empates entre equipos de fútbol a los que convenía ese resultado para pasar a la siguiente ronda, en detrimento de los intereses de terceros equipos. Los ejemplos de estos “acuerdos estratégicos tácitos” abundan en la historia del deporte.

En mi opinión, este tipo de decisiones del COI es reflejo de un ánimo moralista poco justificable. Pero además, si el comité olímpico es tan exigente con el moralismo implícito en la carta olímpica entonces tendrá que empezar a pensar si no tendrá que descalificar a todos los deportistas que en su ámbito privado no hagan todo lo posible para llegar a la competición en las mejores condiciones físicas. Valga un ejemplo, en una entrevista el esquiador italiano Alberto Tomba decía lo siguiente acerca de su participación en unos Juegos Olímpicos de invierno: «Solía tener noches salvajes con tres mujeres hasta las 5 de la madrugada, pero me estoy haciendo viejo. En la villa olímpica, estaré con 5 mujeres, pero solo hasta las 3 de la madrugada».

José Luis Pérez Triviño es Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Pompeu Fabra, Barcelona). Autor del libro Ética y deporte. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2011.

Por IUSPORT

Si continúa navegando acepta nuestra polìtica de cookies    Más información
Privacidad