Por Blas López-Angulo //

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Podríamos pensar que escribir de fútbol responde a ese término tan feo acuñado por la jerga periodística de “la rabiosa actualidad” a la que se sirve frenéticamente. Podríamos pensar visto el derroche de hojas en los diarios y de horas en las radios y televisiones que “la actualidad manda”. Y manda la más irreflexiva, puesta al servicio del encumbramiento de los héroes de la jornada, futuros villanos de la siguiente…La máquina necesita alimentar falsas polémicas con árbitros desacertados, con incidentes soeces de aficiones iracundas, o con cualquier menudencia pasajera.

 

Sin embargo, la necesidad de colmar los espacios en los medios tradicionales y los ilimitados en la era de los smarts, y sobre todo, en el vacío semanal del hombre corriente, procura echar mano de estadísticas, récords y un sinfín de datos traídos también por los pelos.

 

Durante años el periodista Enric González, corresponsal de El País en Roma, se asomaba los lunes a las páginas de deportes para acercar a los lectores del periódico al fútbol italiano y, con semejante excusa, a Italia entera: su cultura, su geografía, su historia, sus tradiciones… De ahí que el subtítulo de su serie Historias del calcio, no fuera otro sino “Una crónica de Italia a través del fútbol”. Le bastaba con tirar de un hilo para descubrir relatos fascinantes más relacionados con esa Italia profunda hecha a sí misma, que de verdad con el fútbol.

 

Alfredo Relaño no hace exactamente lo mismo, pero sus historias en blanco y negro de los lunes publicadas en los últimos años por el mismo periódico tienen bastante en común. De hecho, han relevado las historias del calcio y hasta bien podrían llamarse “Historias del balompié”. Dado que recogen esos años de NODO obligatorio en que no cabían las expresiones “extranjerizantes”.

 

Un apunte para los más jóvenes: se trataba de un noticiero que precedía a las sesiones continuas de cine, pasatiempo favorito y casi único entre las clases más populares en los invernales fines de semana. Pura propaganda del régimen. Como recuerda Relaño en su última entrega, el Internazionale de Milán durante el fascismo fue llamado la Ambrosiana para evitar su sospechosa ambigüedad, también la nomenclatura de clubes mudó de Football Club a Associazione Calcistica. En España, el Athletic Club de Bilbao pasó sencillamente a Atlético de Bilbao, y desaparecieron otros términos de primera recepción como Sporting o Racing en sus respectivos “clubs”.

 

La recopilación reciente de todas sus historias en forma de libro nos depara un regalo doble, en cuanto sigue con ellas. La de este lunes nos distrae, además, del empacho mediático del clásico. Aprovecha, como a menudo, episodios de la actualidad -la historia poco deportiva (o sí) del pequeño y célebre Nicolás- para salpicarnos con la leyenda de un tal Piccinato, que tuvo el mérito de engañar a los barandas del fútbol hispano de la posguerra haciéndose pasar por un as, cuando en su vida había dado una patada a un balón. Si a través del falso Piccinato asistimos a las necesidades paupérrimas de un régimen autárquico, conocemos sus sueños y sus propios fantasmas (los rojos), en la España contemporánea la mixtura personal del joven Nicolás refleja los verdaderos ídolos, tanto de las élites como de la plebe.

 

Otras, elevan la anécdota a la categoría de drama, como la del calvo Valdés y la caída de su peluquín en el Molinón, con un final que se non é vero, e ben trovato! (El sportinguista Valdés, que después fue ojeador, descubrió a un calvo genial en Burdeos: Zinedine Zidane, aunque ya era demasiado caro). Un solo lunar: en el caso Antúnez su relato es más apresurado. Se echa en falta al menos una mención al libro que acababa de publicarse sobre esa raíz histórica del contencioso bético-sevillista.

 

En todo caso, estamos ante un retrato ameno, fielmente ambientado, de las caras del poder y sus reversos, a través del espejo deformado del fútbol. Repasar la historia del deporte en España, en concreto, el periodo del franquismo, y con ello, su poso sociológico, sin el concurso de este añejo periodista no sería lo mismo. Es testigo referencial privilegiado de aquella época cromáticamente austera. Recuerden que las teles en color no pulularon en nuestros hogares hasta el Mundial de Argentina en 1978. Antes, solo el blanco y negro. Y los grises

Por IUSPORT

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