Por Blas López-Angulo //
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Balón y balanza, deporte y justicia han vivido hasta hace poco en sus respectivos mundos sin apenas conexión. Lo que empezó siendo un juego, después un deporte, hasta llegar al espectáculo business de nuestros días, revestía la naturaleza de una actividad privada gobernada exclusivamente bajo los reglamentos de asociaciones, luego federaciones territoriales, nacionales e internacionales, hasta llegar a la UEFA de Platini y sus amigos de la FIFA Blatter, con sus regalos póstumos envenenados y Valcke pillado con el carrito de las reventas en el Mundial de Brasil.
Neymar, las grandes estrellas, Messi, ocupan las portadas de los diarios deportivos, también los generales, pero no sólo por sus grandes performances, sino también debido a su problemas fiscales y contractuales. Recordemos que el primero acaba de ser embargado en sus país por más de 47 millones de dólares, y el segundo está a las puertas del juicio oral en los juzgados de lo Penal y se le acumulan los pleitos; el último relacionado con el presunto fraude fiscal en partidos benéficos, ya que no de blanqueo de capitales. De eso responderá su padre y otra gente benéfica.
El largo fin de semana del Pilar participo en Gijón en el XI Congreso de la Asociación española de Derecho deportivo. Este columnista doctorado en ciencias jurídicas aprovechará la ocasión para hincarles el diente a los prebostes del balón y de la balanza con el libro negro del deporte: el que recorre el código penal en su articulado, que ya no es un desconocido tampoco para ellos, aunque siga siendo ese invitado que nadie quiere.
El Derecho mercantil y fiscal son sus hermanos ricos. “Derecho del fútbol: presente y futuro”. Pasado tuvo poco.
En los tiempos de mi infancia los huecos de la semana lo llenaban los ecos de la moviola y las casillas cuadriculadas de una quiniela.
El ciudadano de a pie, mal llamado así porque ya conocía el 600, el 2 Caballos, el 4 Latas y la Lambretta, se pasaba el lunes rumiando la derrota del Sporting, de Uxama, naturalmente, a todas luces injusta, como un tipo de la probidad del ex árbitro Ortiz de Mendíbil, recién fallecido, certificaba, y el martes, miércoles y jueves barruntando los resultados del domingo para su quimera de quiniela, la misma que perseguía desde que usaba pantalones cortos y por la que no pierde la esperanza. Las tardes de domingo se jugaban todos los partidos al unísono. Eran tardes de transistores, aún más que la de ese lunes infausto de un 23 de febrero. Las tardes de domingo con fútbol no eran aburridas, sino muy intensas. Y no faltaba nunca. El BIC echaba humo apuntando provisionales casillas ganadoras. Al final siempre nos faltaba una, o dos, o tres, o más, ya que más daba.
Decían que era cosa de la dictadura, pero hoy la expansión del fútbol es tal, que el mundo del derecho no podía por más tiempo ser ajeno. El desenvolvimiento de la vida cotidiana incluso parece girar bajo las manecillas de un reloj que a cada minuto señala algún evento deportivo en cualquier lugar del mundo, ya accesible on line a través incluso de los smartphones: “El peso enorme que ejerce sobre la sociedad en su conjunto y aumenta sin cesar su presión negativa sobre las capacidades de comprensión de una sociedad que se ha vuelto opaca al conocimiento en sí misma”, que diría la raza extinguida de los sociólogos libres de compromiso.
Esa sobredimensión del deporte, pues, ha deparado la apertura del legislador y de los tribunales hacia su realidad, también la intervención del derecho penal, desde los tipos delictivos clásicos, las lesiones deportivas, a los nuevos específicos, el conocido como dopaje, la violencia en espectáculos deportivos o el delito de corrupción deportiva, los dichosos amaños. Por tanto, el Derecho también juega y más que las reglas de juego los equipos deben vigilar, para eso tienen abogados, economistas y lo que se precie, el ordenamiento jurídico todo.
(Columna publicada en el Diario de Soria)