Por Juan de Dios Crespo Pérez //

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Javier Aguirre ha sido destituido como entrenador de la selección nacional de Japón. Esta noticia podría haber sido totalmente inocua, ya que su equipo fue eliminado en cuartos de final de la Copa Asiática de Naciones, cuando era el gran favorito. Su despido, en consecuencia, no tendría nada de raro, pero he aquí que no es tan sencillo.

 

Cuando la fiscalía anticorrupción empezó a indagar en el partido Levante-Zaragoza, y el nombre del mexicano estuvo entre los investigados,  una revolución se produjo en el balompié nipón. Tuve, al dar una charla en Tokio en diciembre pasado, que soportar preguntas casi exclusivas sobre ese punto e incluso vinieron dos televisiones a entrevistarme a Valencia, tal era la conmoción y la incomprensión japonesa.

 

Como pude saber en mi estancia allá, el que uno esté en ese charco legal casi es una condena y si se es imputado, lo es directamente, porque el japonés no puede soportar la falta de honor y esa imputación lo es. Además, según me contaban mis colegas del Sol Naciente, casi siempre esa situación procesal equivale a una condena en el sistema judicial de su país. Nada de  que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario, nada de que hay apelaciones, el resultado es el mismo: una condena, no solo jurídica sino desde su inicio, social.

 

Por eso, Aguirre estuvo a punto de ser defenestrado hace meses y solo el torneo asiático que comenzaba de forma inminente le salvó. Una vez fuera de éste, solo quedaba una salida: el despido.

 

Menos mal que el bueno de Javier no es japonés, porque si no hubiera tenido una dicotomía moral, y como buen guerrero que es, quizá hubiera tenido que recordar a algún antepasado samurái, quien debía siempre, ante un deshonor, realizar el rito del sepukku, también llamado hara-kiri, pero que los nipones no usan por ser mucho más vulgar.

 

Obviamente, el entrenador no iba a desentrañarse, que es en lo que consiste el dichoso sepukku, darse muerte con una espada en el vientre y con un ritual de órdago. No se le pidió tal cosa y el honor ahora se limpia con una simple carta de despido.

 

Me imagino a Aguirre, y de ahí mi título, además siendo vasco de origen, como Lope de Aguirre, el Tirano o el Loco, como le llamaban  sus soldados, siendo preso de una ira por algo que no está más que en una fase inicial de instrucción. Ser mandado a casa por un deshonor que no es tuyo y sin que hayas sido juzgado debió soliviantarle, como lo estaría cualquiera.

 

El fútbol, que parece universal e idéntico, tiene sin embargo que aguantar las diferencias culturales. Para ahondar en la figura de Aguirre, don Lope y no don Javier, recomiendo el libro de Ramón J. Sender, “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” y la angustiosa pero excelente película de Werner Herzog, “Aguirre, la cólera de Dios”.

NOTA DEL AUTOR: Publicado en Marca

Por IUSPORT

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