Por Blas López-Angulo //

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Zlatan Ibrahimovic participa en el muy loable Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA).

El delantero explicó en una conferencia en París el motivo de los tatuajes que lució el domingo tras meter un gol apenas comenzado el encuentro: «Para mí no hay mayor desastre que el hambre en el mundo. Si hubiera podido, me hubiera tatuado los nombres de todos los que lo padecen, pero no soy tan grande», bromeó.

Ibrahimovic había preservado hasta ahora su imagen de «bad boy». Sin embargo, la labor del PMA ha conseguido involucrarlo.
Dani Alves tenía ya preparado un plátano para comérselo ante las provocaciones repetidas en tantos campos que visitaba.

Su secuela de tweets programados abonó una campaña antirracista, un bonus para sus abultados derechos de imagen. Pero Zlatan es diferente. Tiene pasión por los tatuajes, provisionales o no, y ha encontrado una buena causa para lucirlos, que además en él es creíble. Todas la contradicciones que queráis también.

Es una estrella multimillonaria. Nació en los años dorados del bienestar en Suecia, pero en un gueto. Es sueco, pero gitano bosnio. En su Malmö natal jamás pisó el centro hasta que fichó por el club señero de la ciudad. No se apellidaba Källström, Larsson, Svensson ni Nilsson, sino Ibrahimovic, hijo de Ibrahim (Abraham). Vivía con su padre separado. Cuando el Ajax lo fichó por 85000 coronas suecas su madre no estaba en la pomada ni entendía nada.

Los de su barrio solo ocupaban las wp_posts de los diarios por asuntos de juzgados. ¿Habría robado su hijo todo ese parné? Del que por cierto nada vio. Creció en Rosengard entre somalíes, iraquíes, turcos, polacos e inmigrantes balcánicos como él.

Incluso su primer club del barrio se llamaba Balkan. Ni era rubio y bien peinado. Su auténtica bandera, su descarada nariz y su mala educación. Se notaba que no era de ahí con sus nikes y sudaderas, jamás una camisa de buen chico. Luego de rico hortera luciendo un reloj de oro y una chaqueta de piel de Gucci, porsches y ferraris. Zlato, oro en las lenguas eslavas. Zlatan, un huevos de oro hecho a sí mismo. Ladro di biciclette. Hermana drogadicta, madre en la cárcel, padre albañil alcoholizado, pendiente de la guerra de los Balcanes, adicto a sus músicas populares.

Mientras el frigorífico vacío, solo latas de cervezas. Pobre Zlatan, qué burla de nombre. En tu casa solo había hojalata vacía. No te acordarás, en el verano de 2008 o puede un año antes, como otros veranos con mi hija Martina en Italia, te pedí una entrevista para completar mis trabajos de campo académicos sobre los gitanos. Me mandaste una carta de tu puño y letra con una sola palabra: Vaiaffanculostronzoangulo! Así todo junto, pero en el mismo sobre me regalabas dos entradas para tu exordio en la nueva temporada con el Inter. Comprendí que todo cuanto tenías que decirme lo expresarías en el campo. Si metías un gol correrías junto a tus amigos de la grada donde también estaría yo.

Eso era todo. Pero mis vacaciones se acababan y no podría estar allí. Regalé las entradas que casi me fueron arrebatadas de las manos. En el sur de Italia abundan los tifosi del Inter.

Por eso creo aún más en Zlatan. El martes lamenté que Courtois, promesa ya realidad, parase por dos veces tus dos cabezazos bien picados. Y esperaba esos balones cerca del área para que destaparas tu magia. No pudo ser, pero después de París te queda Londres, Zlatan, caro amico.

Por IUSPORT

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