Por Blas López-Angulo //
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«A entrenador nuevo, victoria segura». Tópicos, tópicos, tópicos. En un libro reciente del profesor Carlos Lago Peñas, «¿Por qué? Verdades y mitos sobre el rendimiento en el fútbol», se plantean esta y otras cuestiones reincidentes, una vez inmersos en el fragor de la competición: ¿Corren menos los equipos que no tienen la pelota? ¿Rotamos a los jugadores o no? ¿Cómo diseñamos la pretemporada: nos ponemos en forma rápido o no? ¿Se puede descender por la mala suerte? ¿Qué sistema de juego nos va mejor? Etc.
Gracias a trabajos como el suyo podremos saltar por encima de los tópicos. En la NBA algo llevan adelantado, pues se aguantan las ganas de cambio a mitad de temporada.
Habría que ver también el peso de algunas de estas máximas futbolísticas, por ejemplo, en las casas de apuestas. Y me centro en el asunto del entrenador nuevo. Una columna, difícilmente, nos permitiría analizar el resto de cuestiones propuestas.
Carlos Lago, estudió el impacto del cambio de entrenador en una anterior investigación. En concreto, a través de los 276 cambios de técnico que se produjeron en el fútbol profesional español en el decenio 1997-2007. Tras el cambio, en la primera jornada la diferencia es notablemente apreciable. Un 27% más de puntos. Ahora bien, traducir esta verdad estadística al pronóstico exacto de una quiniela no es tan sencillo. No todos ganan, ni siquiera empatan.
La mejora es relativa y parte de un déficit de resultados desencadenantes del cese del antiguo preparador. En muchos casos, 4 ó 5 derrotas casi consecutivas, dan con la ya de por sí frágil paciencia de directivos y afición, por lo que obtener rendimientos más afortunados en lo sucesivo obedece con más rigor al propio campo de las matemáticas y de las probabilidades. Conforme van pasando los partidos el efecto ventajoso se diluye («regresión lineal») hasta a medio plazo desaparecer. Por tanto, perduran otros problemas no solucionados.
Es a medio o largo plazo cuando la aportación del nuevo técnico debiera verificarse. Y no en cambio, inmediatamente. Hablamos de factores psicológicos, motivacionales, cuando no de claro conflicto o deterioro del día a día entre el entrenador cesado y/o jugadores, dirigentes, prensa y aficionados. La experiencia empíricamente contrastada demuestra también, más allá de la complejidad de cada caso, que a menudo se sobrevalora la importancia del «coach».
Tanta o más puede conllevar la de «manager» o director deportivo, y «trainers» o resto de preparadores, físicos y médicos. La cesta y los huevos los ponen otros, y si se cuidan o se rompen depende de todos ellos. Es más, profanamente intuyo que el buen entrenador será aquel que no joda la cesta o su contenido, más que otra cosa. Sobre todo en las plantillas de elite. Y lo sensato, limpiar el canastillo, aunque sale menos caro, como es harto sabido, echar al entrenador que a los jugadores. Con un salario mínimo interprofesional tan bajo y congelado, habría que reconvenir el de estos trabajadores tan especiales. ¡Cien veces mayor! O, al menos, facilitar su traspaso.
En cuanto al técnico, háganme caso, contraten a un mago como lo fue Helenio Herrera o a un buen psicólogo, en su defecto.
Desde luego, el pesimismo, que es tanto como decir fatalismo, está vedado en la profesión por su corto horizonte y oscuro porvenir.
En realidad, la humildad, la sencillez, son valores por encima de un pedigrí en ocasiones inflado, entre colegas con formación y conocimientos similares. Se trata de que el capitán confíe en sus soldados y recíprocamente.
Para alcanzar la victoria, lo primero es desearla y tener la convicción de que puede y debe alcanzarse.
Quod erat demonstrandum: «¿A entrenador nuevo, victoria segura?». Tópicos, tópicos, tópicos.