Por Juan de Dios Crespo Pérez //

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La cara que tenían los jugadores de Mali tras el sorteo celebrado en Malabo, en Guinea Ecuatorial, donde se disputa la edición de este año de la Copa de África de Naciones, no tiene palabras.

Al mirarles, solo vemos desolación, desierto emocional, ya que no ha habido aún tiempo para asimilarlo y se está en ese momento sobrecogedor donde aún nada es real, sino que todo parece una ficción o un sueño del que queremos despertar.

Del otro lado, los guineanos (de la Guinea Conakry), un país que nadie quería tras la tragedia del Ébola y que estuvo a punto de ser expulsado de la competición, que mostraban una alegría que iba más allá del simple placer de haber ganado el sorteo. Era un a modo de gritar la victoria sobre los aficionados que les han ido gritando “Ébola” cada vez que salían a entrenar o a jugar.

Malienses como estatuas de sal y guineanos con una rabia acumulada desde hace meses, que se sumaba a la alegría de los cuartos de final.

Deporte en estado puro, fútbol emocional. Pero, ¿es eso justicia deportiva? Si los dos equipos habían empatado entre ellos, tenían los mismos puntos en el grupo, los mismos goles marcados y encajados, ¿no había otra forma de desempatarlos que ese espectáculo casi televisivo, ese “Un, Dos, Tres” de nuestra infancia, ese apartamento en Benidorm?

Me resisto a creer en ese criterio reglamentario como el más adecuado y me viene a la memoria histórica el “bambino” italiano que nos eliminó del Mundial de Suiza 1954. No tuvo culpa el pobre Franco Gemma, elegido al azar para que éste nos dejara fuera, tras haber ganado con suficiente a Turquía por 4-1 y perder por solo 1-0 en  casa otomana.

No valía la diferencia de goles, ni los marcados, así que nos tocó un desempate que solo acabo en empate y de ahí a cara o cruz. Un gran equipo español, pero que no supo plasmar su superioridad en la cancha, quedó eliminado.

Ha habido otros ejemplos, pero uno sangrante fue el de las semifinales de la Eurocopa de 1968, cuando Italia y la Unión Soviética empataron a cero, y se tuvo de desemparejar por medio de la moneda que, elegida la cara por el capitán Facchetti, cayó del lado transalpino.

No es ese tipo de sorteo es más ortodoxo para desempatar a unos equipos. Más deportivo fue el segundo partido que tuvieron que jugar Bayern de Munich y Atlético de Madrid en 1974, tras el empate a un gol del primer encuentro. El 4-0 siguiente, con más fuerza física de los teutones, aun escuece.

Pero al menos se ganó y perdió en el terreno de juego y no con un sorteo o un cara o cruz. Vuelvo a los malienses que se han quejado de la existencia de esa regla. Pero, el reglamento ya existía y todos los conocían, así que se debe aceptar, lo que no significa que no pueda cambiarse.

Tras esta infamia deportivo-jurídica es cuando la Confederación Africana de Fútbol (CAF) deberá modificar las reglas para que no se queden unos jugadores con cara de tonto, y sin haber perdido en el campo.

Decía el capitán maliense que se podía haber tirado penaltis, en un espectáculo solo para cardiacos pero que al menos tenía la función deportiva de la que carece un sorteo. También apunto yo que se puede fijar el desempate sobre unos hechos deportivos como es el fair play y que el que menos tarjetas haya recibido pueda pasar de ronda y si hay empate, el que menos faltas hizo.

Ahí me dirán los lectores que juega un factor que no es deportivo, como es el árbitro, pero éste no sabe, cuando saca tarjetas o pita falta, que está desempatando. Al menos, sería más serio que mirar a alguien que saca un papelito o lanza una monedita.

El fútbol es suficientemente serio como para que algunos estamentos reguladores se lo tomen como si fuera una feria o una tómbola. La CAF y todos los demás órganos del fútbol deberán revisar su modo de desempate en copas o campeonatos, para evitar el sonrojo que, al menos a mí, me cogió cuando vi el sorteo de marras.

Me quedo al final con las palabras de Ibrahima Traoré, un jugador guineano que tuvo un pensamiento para sus adversarios. Pensaba en el dolor que sufrían y se puso en su piel. Podía haberle tocado a él…

Cara o cruz, el fútbol y la vida obviamente, no se merece un final así de grotesco. Otra labor más de las que van dejando los mandamases de nuestro deporte. Esperemos que hayan tomado nota y sea el último espectáculo de ese tipo al que asistimos.

 

NOTA DEL AUTOR: publicado en Superdeporte

 

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