Por Alberto Palomar //

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Las wp_posts, los rumores y la sensación que el verano de 2015 deja en materia de lucha contra el dopaje no puede, desde luego, considerarse muy alentadora.  Las instituciones responsables de dicha labor se han mirado recíprocamente y  han coincidido en que nadie es responsable, nadie ha hecho nada mal, nadie tenía una función que ha dejado de ejercer. 

 

La ausencia de responsabilidad gestora, personal, política ha derivado – como viene siendo habitual- en echarle la culpa al empedrado: el problema son los controles. Cuando los controles de orina fueron, aparentemente, insuficientes aparecieron los de sangre. Cuando todo falló porque los deportistas confesaron la insuficiencia del sistema y advirtieron de aquellas el paso siguiente es negar los controles como forma esencial de represión y pasar a lo que se llaman sistemas indirectos (pasaporte biológico).

 

La introducción de sistemas indirectos es, en esencia, la demostración más evidente de que los directos – en los que tantas esperanzas, recursos e ilusión habían puesto- se consideran un fracaso para la detección real. Tampoco aquí ha habido ni siquiera una explicación real y pública del paso dado.

 

Los juristas, sin embargo, no han hecho este transito con tanta naturalidad. El control directo es una prueba obtenida después de un control mientras que el indirecto es dar el paso a las presunciones. Alguien que nunca fue detectado en un control es positivo porque sus otros análisis (no de dopaje) ofrecen dudas. La realidad ha dado paso a la ficción,  a la sospecha, al indicio y con ello todos estamos, hoy, más confundidos que lo estuvimos nunca. Desde luego la solución no es empezar a analizar, ahora, retroactivamente las muestras guardadas por largo tiempo o los documentos sobre análisis que, en su momento, no se valoraron.  Una catarsis retroactiva y colectiva no es sino una forma aplicar el derecho que está llamada al fracaso jurídico aunque ,desde luego, no al mediático. La represión del dopaje es, esencialmente, una convención temporal y los avances de futuro no son la forma de acabar con los errores del pasado.

 

A partir de aquí la pregunta clave es ¿y ahora que?. La respuesta no es sencilla pero las tendencias son claras. El sistema convencional tiende a seguir en la línea de los indicios, de las sospechas con un fundamento científico dudoso y con un esquema procedimental que roza lo secreto. Nadie ha conocido ni podido testar el software que sirve de fundamento al pasaporte biológico. Creer en él es una convención temporal, como lo fue creer que los controles de sangre darían seguridad casi absoluta o que el sometimiento de los deportistas a sacrificios personales tan importantes como la localización estaban justificados por la eficacia de un sistema del que ahora se dice que admite un importante nivel de fraude o, cuando menos, de error.

 

La otra alternativa, en gran medida ya vislumbrada por el COI, es la necesidad de encontrar fórmulas diferentes y solventes de detección del dopaje. Se trata en suma de una alternativa sencilla: creer en la represión y elevar los niveles de incertidumbre o volver al principio y preguntarse si este es o no el camino correcto desde una perspectiva científica.

 

El número y la intensidad del fracaso, la incertidumbre que está proyectando en la sociedad mundial sobre el sistema, la continua elusión de responsabilidades, incluso, la más llamativa como es el organismo mundial responsable del control – la AMA- tiene que ser un terreno y una forma de actuación sobre la que asentar un futuro diferente. Este futuro solo tiene, a nuestro juicio, una línea evidente: la investigación y el estudio. De apriorismos, sacrificios innecesarios, verdades no fundadas y sistemas que resultan tan fáciles de eludir creo que hemos aprendido ya bastante.

 

Alberto Palomar Olmeda

Profesor de Derecho Administrativo

 

PUBLICADO en MARCA

 

Por IUSPORT

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