Por Blas López-Angulo //
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A lo largo del siglo XX, al menos 1.500 espectadores murieron en trágicas circunstancias y más de 6.000 resultaron heridos de consideración mientras asistían a algún acontecimiento deportivo en distintas partes del mundo.
Existe una radical incompatibilidad entre deporte y violencia, cualquier forma de violencia, incluida la verbal o aquella otra más sutil, fundamentada en la trampa, el engaño y el desprecio del juego limpio. Esto puede leerse en el preámbulo de la Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte.
A pesar de ello y en un sentido amplio, la violencia -admite el legislador- consiste en aplicar la fuerza sobre el entorno. Por ello, el deporte conlleva siempre y en diversa medida violencia, en tanto que uso de la fuerza, que se aplica bien sobre los elementos (tierra, agua y aire), bien sobre las personas que devienen adversarios en el ámbito deportivo. La violencia en el deporte, aplicada de conformidad con las reglas del mismo, supone una aplicación autorizada de la fuerza. Así, es el propio mundo del deporte el que, al establecer las reglas del mismo en cada modalidad, determina el nivel de violencia aceptable y cuándo esta aplicación de fuerza es inadmisible por ser contraria a los reglamentos deportivos.
También reconoce la propia ley que la violencia en el deporte es un elemento estrechamente relacionado con el espectáculo, por la propia atracción que genera el fenómeno de la violencia. Ésta, por dichos motivos, tiene a menudo una gran repercusión en los medios de comunicación, que, en ocasiones, reproducen hasta la saciedad los incidentes violentos, sean de palabra, sean de hecho. Esta presencia de la violencia deportiva en los medios de comunicación llega a empañar, cuando no a poner en duda o a contradecir, los valores intrínsecos del deporte como referente ético y de comportamientos.
Si el clima social en el que se desenvuelve la actividad deportiva es permisivo con respecto a manifestaciones explícitas o implícitas de violencia física, verbal o gestual, tanto deportistas como espectadores tendrán una mayor propensión a comportarse de forma violenta, pues en su percepción irrespetuosa del otro, del adversario, usar contra él la violencia o hacer trampas para ganarle, no es percibido como algo rechazable y punible, que atenta contra la dignidad del otro y de nosotros mismos.
En el fenómeno de la violencia en el deporte, no se pueden entender sus manifestaciones como explosiones de irracionalidad, ni como simples conductas individuales desviadas, que encuentran expresión por medio del anonimato enmascarador de un acto de masas. Por el contrario, son conductas instrumentales, que responden a una racionalidad perversa y jerarquizada, que calcula costes y beneficios para satisfacer pulsiones identitarias de carácter excluyente. Y que, en consecuencia, deben ser perseguidas y castigadas con toda la fuerza y los mecanismos de que dispone el Estado de Derecho para defenderse de cualquier amenaza a la convivencia pacífica de la ciudadanía, pues la erradicación de este tipo de conductas violentas en el deporte es uno de los antídotos más eficaces contra cualquier otro tipo de fanatismo y de intolerancia intelectual ante la diversidad.
El fútbol como acontecimiento festivo y no trágico, que favorezca la fraternidad y la convivencia social en vez del odio y el rechazo hacia quién es diferente. Un espectáculo en el que prime la belleza de una competición justa, limpia y entre iguales, en vez de la trampa, el engaño y la violencia.
El marco deportivo de la competición profesional y de alto nivel está obligado a ser un referente ético en valores y en comportamientos para el conjunto de la sociedad.
En este terreno de la educación en valores, ejem, el acerbo (¡sic!) comunitario europeo para erradicar la violencia del deporte está asentado en la convicción de que es la ciudadanía en su conjunto a quien corresponde respetar los principios de la ética deportiva y el derecho de las personas a la diferencia y la diversidad.
-Le rose e i violini
questa sera raccontali a un’altra
violini e rose li posso sentire
quando la cosa mi va, se mi va
quando è il momento
e dopo si vedrà
-Una parola ancora
Parole, parole, parole
Con la brillante ausencia de Villar se han reunido las autoridades nacionales para tomar drásticas medidas. Ya no serán parole, parole, parole de retórica legal. Prima el bien del espectáculo y que los negocios son los negocios. Por algo mi columna gira alrededor del fútbol, como la violencia y esos mismos negocios. El pretexto es el fútbol.
