Por Blas López-Angulo //

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Más cornadas da el hambre. Que también vuelve como marca España para el New York Times, recuerden la foto dando cuenta de que abunda el personal que remueve la basura en busca de comida. Para muchos jóvenes de ayer, los toros y el boxeo, y para tantos de hoy del mundo entero, el fútbol viene a ser la tierra prometida, una fiebre del oro donde olvidar el presente, el desamparo y la ausencia de futuro. El delantero de la Juventus, Carlos Tevez, tiene un origen mucho más marcado que su compañero y paisano mío, Fernando Llorente.

Es de esa periferia argentina donde se cuece el fútbol con pelotas de trapo. En su barrio, Ejército de los Andes, Ciudadela, más conocido como «Fuerte Apache», durante su niñez no tenían para balones de cuero. En una entrevista reciente a Italia 1 (del grupo Mediaset de Berlusconi) hacía esta reflexión: «Cuando un chico se dedica de lleno al fútbol, no tiene oportunidad de pensar en otras cosas y hasta se olvida de la pobreza. Yo fui afortunado de elegir el camino del fútbol; lamentablemente, mi mejor amigo decidió elegir otra vida a los 14 años». «Tuve un Dios aparte para ser hoy quién soy», agregó el jugador juventino.

Es de una grandeza casi celestial la imagen del Papa Francisco, reconocido hincha del San Lorenzo de Almagro, junto a Blatter, el dueño del balón, en una audiencia para reconducir la religión y el deporte hacia «un mundo mejor». Pura ficción.

Curioso el mundo del fútbol que abre la puerta a los más desamparados gracias a tipos que fuman puros, o fumaban habanos, ya que hoy la imagen moderna del capitalista triunfador, nos ofrece un variado repertorio.

En todas las culturas, está mal visto derrochar los alimentos, en las orientales, incluso hasta dejar un solo grano de arroz en el plato. Y es que gracias al arroz, como a la patata en Irlanda, muchas generaciones han sobrevivido al hambre. Pues bendito el fútbol que reúne a los que despilfarran granos de caviar con los que se han atiborrado a cuscús o a los redondos tubérculos para poder crecer. Al final, ambos comparten mesa y mantel. El problema que podríamos llamar bíblico resulta de que muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Por Navidad siente un pobre en su mesa, como en la mejores familias era costumbre, según queda retratado en la genial sátira Plácido de Berlanga y Azcona. Con el parón navideño no se parte ni se reduce la pobreza, pero se juega un partido contra la pobreza entre los amigos de Zidane y los de Ronaldo, o no sé ahora, en todo caso, un partido solidario entre jóvenes millonarios. Ah sí, son actualidad, pero por otros motivos los partidos disfrazados de solidarios de los amigos de Messi. Las ONG beneficiadas no han visto un duro. Su destino tiene más que ver con el blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico en Colombia.

Las vueltas entre el primer y el tercer mundo son inagotables. Las alimenta, la corrupción y la explotación.

Jonathan Swift compuso una gruesa sátira política ante las hambrunas de su Irlanda natal. Los padres deberían vender a sus tiernos hijos al cumplir un año a los terratenientes para que se los comieran. De haber conocido las posibilidades del fútbol, el autor de Los viajes de Gulliver, les habría mandado a La Masía y a todas las escuelas de fútbol. A todas luces, el único exponente de progreso en nuestros días. Por otra parte, su modesta proposición «para prevenir que los niños de los pobres sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público», no hubiera parecido tan escandalosa.

Por IUSPORT

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