Por Alberto Palomar //
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Uno de los anuncios más llamativos de la reforma del Código Mundial Antidopaje, con vigencia a partir de 2015, consiste en ampliar de las sanciones de dopaje hasta cuatro años. La tendencia es clara: que un solo positivo suponga, de facto, la retirada del deporte ya que realmente es difícil mantenerse en la práctica deportiva con periodos de suspensión tan largos.
Desde una perspectiva sancionadora se trata, por tanto, de introducir la “política de bala única” que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Sin duda, la ventaja es la contundencia de la sanción que, ciertamente, puede producir un mayor efecto de prevención general. El efecto intimidatorio es más elevado. Frente a esto las políticas de represión de tramo único – prácticamente- presentan como problema adicional la escasez del margen de actuación de los órganos disciplinarios y, por tanto, la utilidad general del marco de represión ya que pierde matices, posibilidades, aplicación de elementos de graduación de la responsabilidad y se muestra complejo para políticas de colaboración y de ayuda en la detección de los grandes sistemas de dopaje.
Sin embargo, el problema en la actualidad no puede considerarse estrictamente vinculado a la relevancia de la sanción sino a los sistemas para conseguir una mayor seguridad en la detección. El conocimiento por la vía de la declaración voluntaria de que algunos o muchos de los deportistas utilizaron impunemente y sin que los sistemas de control encontraran el más mínimo indicio de tal utilización sustancias o métodos no admitidos arroja una sombra definitiva sobre la forma en la que se entiende el sistema del dopaje en su conjunto.
El intento de incidir sobre el marco del reproche sancionador sin producir una mínima seguridad en los mecanismos de detección hace que la ilusión y el empuje en la lucha contra el dopaje deje paso a un enorme poso de inseguridad. Cuando en el ámbito sancionador se tiene una escasa certeza en el sistema de detección y, sin embargo, se considera que el elemento central de punición es el incremento de reproche sancionador se tiene la tentación de estar huyendo hacía delante. No estamos seguros, no hay evidencias científicas pero cuando alguien incurra en alguna de las conductas la sanción debe ser ejemplar.
Cuando la ejemplaridad sustituye a la certeza el sistema punitivo se vuelve débil e inconsistente. En términos coloquiales y parodiando al maestro Alejandro Nieto, el sistema sancionador se vuelve una lotería que a veces toca.
Por tanto ninguna objeción frontal a la elevación de sanciones pero la lucha contra el dopaje exige una política diferente que supla las deficiencias del actual y que proyecte una imagen diferente a una perversa ruleta rusa.