Por Javier Rodríguez Ten //
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éramos ricos (¿por qué utilizo esa frase que tanto odio, si yo nunca he sido
rico ni me he comportado como tal?), con dejar transcurrir las cosas, mediar en
algún conflicto y acudir a los eventos donde venían cayendo las medallas para
España bastaba para obtener una popularidad importante y dedicarse a innovar
(Ley antidopaje, Ley antiviolencia).
La situación ahora es muy diferente.
Los clubes concursan o desaparecen. Las federaciones están al borde del colapso.
Los deportistas abonan desplazamientos a competiciones internacionales. Se exige
la deuda de Hacienda y la Seguridad Social por una obvia necesidad de liquidez
del Estado y para evitar desigualdades con otros sectores. Había que lidiar
rápidamente con la regulación antidopaje para recuperar la confianza
internacional, y se ha hecho, aunque pueda discutirse el cómo en algunos
aspectos (como pasa siempre, por cierto). Debemos apretar el acelerador para no
perder otra oportunidad de JJ.OO para Madrid. Y hay que completar la inconclusa
reforma concursal deportiva y retomar la regulación específica del deporte
profesional que quedó aparcada en la anterior legislatura. Casi nada. Sin
dinero. Con todos encrespados y anhelantes de que el CSD sea el salvador de
presupuestos y gestiones que ahora se ve claramente eran inviables, lo que no
corresponde ni funcionalmente ni atendiendo a los recursos económicos
asignados.
Pues, a mi parecer, en este marco apocalíptico, las cosas se
están haciendo mejor de lo que cabría esperar, no sólo por la aptitud del
Presidente del CSD (el más capacitado, por su formación y experiencia específica
en el ámbito jurídico-deportivo, de la historia), sino por una actitud valiente,
conciliadora pero firme (mano de hierro con guante de mucha seda) y flexible
hasta donde puede… o le dejan, que nunca se sabe.
Por eso, desde esta
sencilla tribuna, yo quiero dar un empujoncito de ánimo a Miguel Cardenal y su
equipo. Que tal y como están los tiempos, no creo que venga mal.
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