La repercusión que está teniendo la famosa carta publicada en El País por el secretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal («Orgullosos del Barça»), se está saliendo de madre.
El diario El Mundo, Manos Limpias y asociaciones de jueces piden su cese. La AFE le reprocha a Cardenal que apoyase públicamente al Barça cuando anteriormente otros clubes y colectivos han sufrido adversidades y no han contado con el amparo del CSD. Varios grupos parlamentarios, no el PP ni CIU, han puesto el grito en el cielo. Y así un largo etcétera de instituciones y medios de comunicación que han afeado el gesto a Cardenal.
En Iusport también nos mostramos críticos con esta acción pública en defensa de un club que está inmerso en varios procedimientos judiciales graves en relación con el traspaso de Neymar. Y dijimos que a Cardenal se le había ido la mano. Que habría sido suficiente con hacer públicos sus mejores deseos de que el club blaugrana tuviese suerte en tales litigios, que era su verdadera intención, lo sabemos quiénes le conocemos personalmente.
Ahora bien, una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas. Si la carta cabe calificarla de error, no nos parece que sea de tal magnitud como para provocar el cese de una persona íntegra, además de catedrático, gran jurista y con capacidad sobrada para regir los destinos del CSD.
No sería justo, ni existe responsabilidad in vigilando, que Cardenal pagase con su cese la pésima gestión llevada a cabo por terceras personas en una entidad privada y sobre asuntos que no son de la competencia del CSD. Nos referimos a Rosell y a Bartomeu.
Tampoco puede afirmarse que Miguel Cardenal haya cometido ninguna clase de prevaricación. No ha dictado ninguna resolución a sabiendas de que era injusta.
La carta publicada en El País hay que encuadrarla, pues, en el ámbito puramente político de su actuación. Y llegados a este terreno, parece excesivo que el error -cierto- lleve aparejado el cese.
Cardenal es una persona inteligente y ya habrá tomado nota de la metedura de pata.
En su fuero interno –probablemente- se habrá repetido más de una vez aquellas palabras del monarca español: «Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir»