Por Blas López-Angulo //
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No te bañarás dos veces en el mismo río. Puede que debido a Platón la frase haya quedado incompleta y nos hemos quedado toda la posteridad con la mitad de su sentido. En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos) es más bien lo dejado por Heráclito. El río cambia tanto como el bañista.
Por lo demás en España es algo que no nos debe sorprender mucho. Aquí nos ahorramos con entusiasmo el esfuerzo de pensar. A quién no le suena el Yo soy yo y mi circunstancia, en que la gente se queda con la mitad de la copla. La otra media que algo pintará es: y si no la salvo a ella no me salvo yo (Meditaciones del Quijote). Ya ven, eso que somos muy orteguianos, claro, ¡sin leer a Ortega! Faltaría más.
El barco en el cual volvieron desde Creta Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde épocas pretéritas, reemplazando las tablas estropeadas por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era. Muchos objetos pueden caer en la conocida paradoja de Teseo: edificios y automóviles, por ejemplo, pueden sufrir un reemplazo completo y aún mantener algún aspecto de su identidad; los clubes de fútbol, como otras muchas instituciones, cambian frecuentemente de dirigentes y técnicos, «reemplazando» así completamente su antigua estructura por una nueva.
De manera similar, el cuerpo humano constantemente crea nuevas células, mientras las células viejas mueren. La histología ha demostrado que con diferentes velocidades, las células de nuestro cuerpo, se reemplazan, en una gran mayoría, cada menos de 7 años y las células que no lo hacen por completo (las neuronas) modifican sus componentes en los procesos fisiológicos normales, en un lapso similar.
De lo dicho, se concluye que el cuerpo, como los edificios y automóviles, y como los clubes de fútbol, cual paradoja de Teseo, es completamente distinto del que vimos hace 7 años o más y es distinto del que veremos dentro de 7 años o más. No digamos ya el de su infancia o vejez..
Tengo la infinita suerte de conocer otras culturas donde estas paradojas no son tales. En Japón, el templo del Pabellón de oro en Kioto ha resistido el paso del tiempo desde su construcción en el siglo catorce. En realidad, el edificio no lo ha resistido, de hecho se han quemado hasta los cimientos dos veces solo durante el pasado siglo.
Por supuesto que lo consideran el edificio original, aun reconstruido con materiales completamente nuevos.
La idea del edificio, la finalidad del mismo, y su diseño, son todos conceptos inmutables y son la esencia del edificio. El propósito de los constructores originales es lo que sobrevive. La madera de la que está construido decae y es reemplazada todas las veces que sea necesario. El preocuparse por los materiales originales, que solo son recuerdos sentimentales de un pasado efímero, es no saber apreciar al edificio. De esa transitoriedad nos habla el budismo para curarnos el engreimiento, de los ciclos naturales y del reciclaje también el sintoísmo.
Cambian hasta los formas y estados jurídicos de los equipos, incluso los nombres, total o parcialmente. El Rayo, otro ejemplo, ahora es de Madrid, antes era Asociación Deportiva. Y no digamos los jugadores, esos materiales ligeros que recalan de paso, cual aves en busca del paraíso. Sin embargo, Vallecas marca una identidad diferente, también a pesar de presidentes y presidentas tan cañís como los sufridos en épocas no muy pretéritas.
(Columna difundida en las ediciones de EL MUNDO/Castilla y León)
