[Img #9692]Larry Bird saca de fondo. Michael Jordan sube la pelota con suficiencia. Apenas quince  segundos para el descanso, pero actúa con la pausa de quien sabe que el tiempo le pertenece. Sus manos manejan el esférico con devoción, casi acariciándolo. De repente, un cambio de ritmo vertiginoso que deja atrás a su par. Varios rivales desconcertados cierran su camino hacia el aro. Con el rugido del público in crescendo, pase medido a la esquina donde espera su “amigo” Isiah Thomas.  Suspensión inmaculada con el brazo de Magic Johnson acechando su muñeca: ¡”triple”  limpio¡.

 

Era el  “All Star Game” de 1985, celebrado en el emblemático  “Hoosier Dome” de Indianapolis. El de los “alley-oops”  de Ralph Sampson -un pivot de 2´23  con la movilidad de un base que, por aquellos extraños designios del destino, llegaría un día a militar en el Unicaja de Malaga… -. El de la presentación en sociedad de un boicoteado Jordan. Mi primer recuerdo televisivo relacionado con la NBA.

 

Al principio narraba, muchas veces en solitario, Pedro Barthe, buen profesional aunque  afectado por una patológica obsesión con las actuaciones arbitrales y pequeñas lagunas que, a veces, eran auténticos océanos -como aquella ocasión, durante los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, en que se pasó casi todo un partido de la selección anfitriona indignado: “ incomprensible la actitud de los espectadores australianos hacia su estrella Luke Longley “,  confundiendo el clásico “¡ Luke, Luke, Luke¡” con que el público “Aussie”, a imagen y semejanza de los fans de los Bulls, solía animar a su ídolo, con abucheos: “ ¡uh, uh, uh¡”.

 

Afortunadamente, a partir de 1988 –salvo alguna colaboración esporádica de Barthe-, cogería el testigo el singular Ramon Trecet quien, con su célebre “Cerca de las estrellas”, nos trasladaría a la modernidad ¡Cómo disfrutábamos escuchando en un medio audiovisual –en la radio ya teníamos a “Supergarcía”- a alguien que hablaba sin filtros, ni  miedos, dando rienda suelta a su creatividad y peculiar sentido del humor sin ajustarse al patrón habitual¡ ¡Aquellas gloriosas apariciones del maestro Vicente Salaner con su  brillantez y divertida pedantería¡ ¡Con que exquisitez corregía constantemente las poco arriesgadas apreciaciones de un resignado Nacho Calvo cuyo semblante era la viva imagen de la fatiga y desespero¡ Parecía que, en cualquier momento de la eterna madrugada, el bueno de Nacho iba a saltar por la ventana del plató, mientras Salaner continuaba impertérrito con su alocución ¡Que tiempos¡

 

Aunque con posterioridad, gracias a la tecnología, hemos podido visionar a mitos ilustres como Wilt Chamberlain, Pete Maravich u Oscar Robertson,  muchos empezamos a amar la NBA con aquellas trepidantes finales consecutivas entre los Celtics y los Lakers a mediados de los ochenta.  Bird contra Magic, Parish contra Karim. Los años del “Show Time”.

 

Luego, tras el  “ repeat” de los Detroit Pistons, vendría la “era Jordan”  y sus seis títulos en ocho años – el doble “Threepeat”–, mediando entre ambos una retirada temporal que permitió los dos anillos consecutivos de los Houston Rockets capitaneados por Hakeem Olajuwon.

 

Sin embargo, aunque aquellos Celtics continúan siendo devotamente respetados  y recordados,  hay una cierta tendencia a ubicarles un peldaño por debajo de los Chicago Bulls y de los  Angeles Lakers,  considerando a Larry Bird en un escalafón inferior respecto al número uno -Michael Jordan-  y  número dos -Magic Johnson-.

 

Aunque todo criterio, máxime cuando se trata de leyendas de ese calibre, es respetable e incluso compartible, todo habría sido muy diferente si Larry y los suyos hubieran podido culminar su magistral pero inconclusa obra. Una auténtica plaga de adversidades –terribles desgracias incluso- golpearon al equipo hasta quebrarlo por completo, acortando su reinado natural y el impacto de su dinastía:

 

  • Año 1986. Len Bias -único jugador universitario al que Mike Kryzewsky ha calificado como “realmente decisivo” junto a Michael Jordan- moría a los veintidós años víctima de una sobredosis de cocaína,  apenas treinta y seis horas después del  día más feliz de su vida -el de su elección con el nº 2 del Draft por los vigentes campeones de la NBA-. Si la  historia suele escribirse con reglones torcidos, este es un claro ejemplo de ello. De 2´03 de altura, una potencia de salto descomunal y un tiro en suspensión elegante y prácticamente imparable, el que fue calificado por Red Auerbach como “nuestro seguro de vida” parecía llamado a grandes gestas.  Su desaparición, tras una última noche de locos dejó muchas incógnitas en el aire -el trato condescendiente de los medios estadounidenses considerándolo, casi unánimemente, como un error de principiante que serviría de lección a la juventud de su país, chocó con las opiniones de muchos expertos que insistían en el carácter de consumidor habitual de quien era capaz de ingerir tal cantidad de droga-, siendo, baloncestísticamente, la mayor de todas ellas, saber si hubiera podido superar a Michael Jordan –curiosamente, su compinche Brian Tribble, “camello” de poca monta y sospechoso de ser el suministrador de la letal sustancia, se convirtió, tras su procesamiento y posterior absolución en  1987, en un traficante “ estrella”  al considerar los grandes capos su declaración de inocencia como una patente de corso para su infinita impunidad . No obstante, en octubre de 1993 fue condenado a diez años de cárcel: “Every dog has its day”-.
  • Año 1988. Tras completar su temporada estadísticamente más brillante -29.9 puntos, 9 rebotes y 6 asistencias, con un porcentaje del 52 %- durante los Playoffs contra Detroit los pies de Bird parecen pesar toneladas. Aunque su depurada técnica no requiere de una gran explosividad, a sus treinta y un años se mueve con extrema lentitud. Sus tiros son inusualmente forzados y sin equilibrio. Algo va, evidentemente, mal y los Pistons acaban ganando la serie con facilidad por 4-2. Finalmente, es operado a inicios del siguiente ejercicio, tras disputar dolorido los primeros seis partidos, perdiéndose el resto de la temporada.  A partir de aquí, con su espalda convertida en el tormento que no cesa, nunca volvió a ser el mismo, retirándose, cansado de  luchar contra su anatomía, tras los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Tenía treinta y cuatro años y, por su estilo de juego, podría haber continuado, en condiciones normales, varios años marcando diferencias.
  • AÑO 1990. Dino Radja, elegido en 1989 con el número cuarenta de la segunda ronda del Draft -aunque por calidad era un top-3-, opta por las liras italianas en lugar de iniciar su aventura americana. Las reticencias todavía existentes hacia el jugador europeo impiden a los Celtics pujar decididamente por él. Cuando, por fin, el gran Dino aterriza en el Boston Garden en noviembre de 1993, sólo quedan las cenizas de un antiguo campeón. Pese a ello, jugó extraordinariamente bien,  convirtiéndose durante tres años en el jugador franquicia de los verdes, con una media de 16.7 puntos y 8.4 rebotes. Una lástima que no estuviera mejor acompañado. A más inri, tras sufrir varias lesiones de rodilla,  aparecieron, a finales de la campaña 96-97, dudas sobre su recuperación -según parece no era tampoco del agrado del nuevo técnico Rick Pitino- y decidió volver a Europa, donde aún dejó detalles de su grandeza hasta su retirada en 2003.
  • Año 1993, 29 de Abril. Primer partido de Playoffs contra los Charlotte Hornets de su gran amigo Mugsy Bogues. El nuevo capitán céltico, Reggie Lewis, tras meter diez puntos en tres minutos, corre hacia la zona ofensiva cuando, de repente, empieza a desacelerar el ritmo y, sin ser siquiera rozado por ningún jugador, se precipita contra el parquet. Sentado en el suelo parece aturdido, incluso asustado. Ni él ni nadie comprende qué ha sucedido. O quizás lo entienda demasiado. No es la primera vez que le ocurre algo similar. Se acomoda un rato en el banquillo pero luego, incomprensiblemente, retorna a la pista. Aunque al principio todo parece en orden y anota, incluso, varias canastas en suspensión, tras sufrir nuevos mareos y dificultades respiratorias deja definitivamente la cancha. Aunque todavía no lo sabe esos últimos diecisiete puntos en trece minutos tienen sabor a despedida. Tras once días hospitalizado, el equipo de especialistas puesto a su disposición no alberga la más mínima duda: cardiomiopatía mortal, salvo cese absoluto de cualquier actividad física. A sus veintisiete años su vida deportiva ha terminado. Sin embargo,  se resiste a abandonar en su momento más álgido. Busca, hasta encontrar, un único Doctor -Gilbert Mude- quien, contradiciendo la opinión unánime, manifiesta que no existe una dolencia severa y que con la medicación adecuada podrá continuar jugando sin problemas. Los cardiólogos ponen en tela de juicio esa afirmación pero Lewis, aferrándose a ese clavo ardiendo, decide hacer caso omiso. El 27 de Julio mientras se encuentra  realizando una sesión de tiro con un colega su corazón vuelve a fallar, esta vez para siempre.

 

Aunque todas las historias que empiezan con el consabido “y si …” no dejan de ser un ejercicio de fantasía –porque también podríamos plantearnos si no tendría Jordan dos anillos más de no haberse empeñado en jugar a beisbol, o qué habría sucedido  si  Magic  hubiera continuado deleitándonos-,  aquellos  Celtics podrían haber sido la versión anticipada y mejorada de los actuales San Antonio Spurs. Un conjunto que, vertebrado sobre tres o cuatro  veteranos de primer nivel, consigue adicionar a varios jóvenes de categoría y, practicando un baloncesto precioso  basado en una perfecta circulación de balón,  vuelve, inesperadamente, a triunfar cuando sus rivales ya habían empezado a organizar su entierro.

 

Cuando ganaron su último título -curso 85-86-, Larry Bird y Kevin Mchale tenían veintinueve años, Dennis Johnson treinta y dos y Robert Parish, treinta y tres…

 

Me habría encantado ver jugar juntos a Brian Shaw-Len Bias–Larry Bird- Dino Radja y Robert Parish, con Kevin Mchale y Reggie Lewis saliendo desde el banquillo y gregarios de lujo como Dee Brown o Kevin Gamble aportando su granito de arena.

Por IUSPORT

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