El fútbol, además de un entretenimiento y una diversión, es un deporte que, como tal, desde una perspectiva positiva, puede transmitir firmes e innegables valores por todos conocidos como el esfuerzo, la superación, el trabajo en equipo, el respeto a las normas de juego, etc. Pero también sabemos que, en la sociedad que hemos diseñado, el fútbol es mucho más que un juego.
A nadie extraña ver cuántos aficionados canalizan a través de los partidos, semana tras semana, los problemas que van acumulando diariamente, que desahogan en forma de insultos y demás tipos de improperios, de mayor o menor levedad, contra los jugadores del equipo contrario, contra el árbitro e incluso contra aficionados del otro equipo con los que comparten bancada. A ello hay que añadir un dato muy relevante como es que en el fútbol, en mayor medida que en cualquier otro deporte, hay muchos intereses económicos en juego, lo cual facilita la aparición de ese tipo de comportamientos tan alejados del concepto de deportividad que entrañan los valores al principio mencionados.
En los estadios es muy habitual que se coreen cantos particularmente preparados que no siempre tienen relación directa con el deporte, es más, lo normal es que se trate de un escenario en el que suele asociarse lo específicamente futbolístico con un muestrario de cuestiones ideológicas muy diversas. Pero querer una grada más animada, que motive al equipo, no puede justificar la existencia de grupos extremistas y violentos en los estadios, y, mucho menos aún, su apoyo por parte de los clubes, ya hablemos de apoyo económico o de cualquier otra índole. Porque el fin nunca puede justificar los medios, y en estos casos, aún menos.
A raíz de lo acontecido en la pelea entre ultras atléticos y deportivistas que terminó con el fallecimiento de un hincha de estos últimos, se vuelve a poner de relieve un grave problema que, sin ser nuevo, vuelve a ensombrecer, de manera violenta, y a entristecer, fundamentalmente, el mundo del balompié, provocando reacciones de diversa índole y algunas singulares como la pretendida prohibición de cánticos en los estadios.
Bien es verdad que en los últimos treinta años dichos cantos han ido cargándose notoriamente de amenazas, insultos, violencia e intolerancia, y, frente a ello, las respuestas de las instituciones deportivas no han sido todo lo rigurosas que se requiere para un problema de tal magnitud, tal vez en un intento de no dañar la imagen del deporte. Y las respuestas no han sido rigurosas porque, lamentablemente, una vez que pasa el suceso decae la atención pública, y, con ello, se genera la apariencia de que ya no son necesarias las medidas.
Asimismo, porque dichas conductas negativas, en la mayoría de las ocasiones, se consideran (o así se quieren considerar) simplemente como una provocación por parte de unos pocos que utilizan al deporte rey, pero que en ningún caso pertenecen a él.
José Manuel Ríos Corbacho
Director del Forum Derecho, Ética y Deporte
Eva Cañizares Rivas
Vicepresidente de la Asociación Andaluza de Derecho Deportivo
José Luis Pérez Triviño
Presidente de la Asociación Española de Filosofía del Deporte
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