Eva Cañizares Rivas y José Luis Pérez Triviño
Forma parte del diseño de cualquier prueba deportiva establecer condiciones para que los participantes partan en unas mínimas condiciones de igualdad. La victoria, como objetivo que persiguen los participantes, es un valor que debe atribuirse a aquél atleta individual o equipo que más méritos haya demostrado en la competición partiendo de una común y minimamente igualitaria línea de salida. Obviamente esto es un ideal, pues en toda prueba pueden darse factores que distorsionen esa deseada vinculación entre mérito y victoria: errores arbitrales, factores climáticos, azar, etc. Pero parece que en la medida que estos factores vayan disminuyendo su impacto en la prueba, ésta será más justa.
Junto a esos factores mencionados que pueden pervertir la justicia de la victoria hay otros elementos que estropean la igualdad en el deporte: el dopaje, los factores económicos, y un desigual acceso a la tecnología aplicada al deporte. El primero supone que el deportista que recurre a alguna sustancia dopante mejora de forma discutible sus condiciones físicas o mentales, y en todo caso, implica que adquiera una ventaja competitiva que daña el ideal de igualdad de oportunidades. De ahí que desde hace ya muchas décadas se hayan tomado medidas para su erradicación.
En lo que respecta al segundo aspecto, la desigualdad económica de los participantes también influye en los resultados. Esto ocurre principalmente en los deportes con más seguimiento popular. En concreto, en las principales ligas de fútbol hay una estrecha correlación entre potencia económica de los clubes y éxitos deportivos. En el caso del fútbol español, este fenómeno es evidente. Los dos clubes más poderosos económicamente han ganado el campeonato de liga 16 veces en los últimos veinte años.
Por razones que no son estrictamente deportivas, sino más bien económicas, la UEFA estableció hace algunos años medidas para tratar de garantizar que los clubes deportivos -que recordémoslo, son empresas- tengan un cierto grado de contención en sus gastos para así evitar colapsos económicos que pueda afectar su supervivencia como sociedad deportiva y económica. A estas medidas se le denominó “Fair Play financiero”. Tales medidas son discutibles por varias razones, pero una de ellas, es que no garantiza la igualdad entre los clubes sino que tiende a perpetuar la desigualdad ya existente. Lo que evita es que la desigualdad crezca mucho más. Pero en cualquier caso, lo que nos interesa señalar es que son medidas preocupadas por fijar condiciones de igualdad financiera entre los clubes.
Un tercer factor que afecta a la igualdad entre deportistas es el dispar acceso a las novedades tecnológicas que mejoran el rendimiento deportivo. Desde la misma aparición del deporte, ha habido un deseo de utilizar medios externos para el incremento del rendimiento deportivo. Pero ha sido en el siglo XX y XXI, donde el espectacular desarrollo de la tecnología ha supuesto una revolución en la práctica deportiva. Los ejemplos que se pueden ofrecer son casi inabarcables: el uso de la fibra de carbono en raquetas, pértigas y otros materiales deportivos, las cámaras hipobáricas y criogénicas, los bañadores de neopreno. Y ello sin contar con la indirecta influencia de la tecnología a través de los nutrientes y los tratamientos médicos. Uno de los últimos avances tecnológico aplicados al deporte es el conocido como Big Data. Desde la popularización a través de la película “Moneyball”, es cada vez más frecuente que los clubes incorporen a su equipo técnico sofisticadas cámaras y ordenadores que captan y procesan millones de datos que se producen en un partido de fútbol y que después pueden utilizar para realizar mejores fichajes o para diseñar estrategias más eficientes. De ahí que también hayan adquirido relevancia los especialistas en análisis de datos.
El uso de la tecnología aplicada al deporte levanta dudas en tanto suponen ayudas externas al propio atleta y de alguna manera pervierten la pureza que debiera regir la competición deportiva. De ahí que pueda hablarse ya de un “dopaje tecnológico”. Pero parece que para los que defienden una visión más idealizada del deporte, ésta ya es una guerra perdida. Aunque los efectos del dopaje tecnológico son en muchos casos similares al dopaje clásico, apenas nadie discute su uso en el deporte. Sin embargo, hay otro problema derivado de la tecnología en el deporte: no está al alcance de todos los deportistas o clubes, lo cual genera que se produzca una palpable desigualdad. Resulta obvio que un equipo de fútbol que facilite a sus jugadores cámaras hipobáricas (o criogénicas), que pueda aplicar a sus jugadores lesionados los más eficaces tratamientos médicos reparadores o que pueda sacar ventaja del Big Data, estará en una posición desigualitaria respecto a los deportistas y clubes que no puedan recurrir a ellos. Y dado que los efectos sobre los resultados deportivos pueden ser cada vez mayores y más decisivos, parece necesario abrir un debate acerca de regular el uso de todos estos dispositivos tecnológicos en el deporte, y eventualmente, establecer medidas que garanticen un “Fair Play tecnológico”.
Eva Cañizares Rivas, abogada y experta en Derecho Deportivo (@evacanizares)
José Luis Pérez Triviño, profesor de Filosofía del Derecho, presidente de la Asociación Española de Filosofía del Deporte (@JLPerezTrivino)
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