Anoche [por el sábado], centenares de millones de aficionados de todo el mundo siguieron el duelo en la cumbre, el gran clásico, la final de la Champion League entre el Barcelona y la Juventus. Pero las pasiones y emociones que expresaban los aficionados resultaban muy distintas a las que sentían los grandes directivos del fútbol mundial, que ocupaban los palcos del Estadio Olímpico de Berlín. Allí, presidiendo el gran espectáculo, se encontraban los mandamases de la FIFA, la federación mundial, y la UEFA, la europea. Sus caras serias no reflejaban las emociones del partido, sino más bien las preocupaciones y temores del gravísimo escándalo de los últimos días, el ya llamado fifagate, que ha sorprendido e indignado a medio mundo.
El escándalo dio comienzo hace un año cuando el Sunday Times publicó los emails cruzados entre dirigentes de la FIFA y representantes de pequeñas federaciones africanas y centroamericanas. En ellos se precisaban los sobornos y amaños para que la sede del Mundial del 2022 fuera en Qatar. Un pequeño país árabe, de pocos habitantes y mucho gas y petróleo, y con un tremendo inconveniente: el enorme calor, casi 50 grados en agosto, para jugar un Mundial. Una idea tan absurda solo es posible si se tiene mucho dinero para comprarla. Y Qatar demostró que lo tenía.
Sin embargo, el escándalo no alcanzó las grandes proporciones que se temía. Apenas duró unos días, la prensa internacional le dio poco relieve. Solo lo hicieron los británicos, The Economist lo llevó a portada: “Jogo bonito, ugly business”. Los ecos pronto se apagaron y Blatter presidió en los días siguientes el Mundial de Brasil. Con una gran sonrisa, entregó la copa a la selección alemana. Y pensó: “No hay que preocuparse, es una filtración de la federación inglesa que aspira a sustituirme y de los franceses de Platini, que quieren controlar la FIFA en el próximo congreso de mayo de 2015. Pero no tienen nada que hacer”.
El gran dictador
Dicen que Sepp Blatter es “el dictador con más éxito del mundo de los últimos 40 años”. También juega con el planeta como si fuera un gran balón. El viejo zorro, con 79 años, lleva 17 de presidente y los 20 anteriores de director general de la federación internacional. Por eso, con frecuencia repite: “La FIFA soy yo”. Y añade: “Es tan poderosa que tiene más países miembros, 209, que la misma ONU”. La organización que gobierna el fútbol mundial, como así se define, está controlada férreamente por el señor Blatter. Y es así porque cada federación cuenta con un voto, da igual que sea Alemania o Brasil o pequeñitas islas como Las Bahamas o las Islas Caimán, y otros famosos paraísos fiscales, donde están depositados 26 billones de dólares de las multinacionales del mundo. Aunque la FIFA, por razones claras, usa preferentemente los bancos suizos. Lo de una federación, un voto, le da a Blatter una aplastante mayoría, porque controla a los pequeños países africanos, centroamericanos, caribeños y asiáticos.
De la mano de su presidente, en poco más de 20 años, la FIFA se ha convertido en una de las más potentes multinacionales del mundo. Y utiliza, como las otras 500 grandes compañías globales, “ingenierías financieras y fiscales” y el soborno como parte de su política comercial. Blatter acostumbra a decir: “Todo se hizo grande con la boda del fútbol y la televisión”. La final del Mundial del pasado año la presenciaron mil millones de personas en los cinco continentes. La FIFA obtuvo ingresos ese año por valor de 4.000 millones de dólares. Desde Zurich, en Suiza, donde está su sede central, la FIFA lo controla todo: vende los partidos a las grandes cadenas y los derechos de marketing a las grandes multinacionales. Así Blatter dice: “Sin la Coca Cola no seríamos lo que somos”. Sin olvidar a Adidas, Visa, McDonald, Hyundai, Mastercard, etcétera. Y, de manera especial, las grandes compañías aéreas de los Emiratos Árabes: Dubai y Qatar, principalmente. De ahí que los órganos directivos de la federación cuenten con una importante presencia de príncipes, jeques y emires árabes.
Los estudios de las grandes consultoras americanas que orientan a las multinacionales para sus sponsors coinciden en señalar que en el mercado global del deporte, el fútbol es el rey: representa el 42% del gasto total; el rugby, el 13%; el béisbol, el 12%; y el baloncesto, cerca del 10%.
Como es sabido, por mucho dinero que se consiga, nunca es suficiente. Y en consecuencia, todo lo que se pueda vender, legal o ilegal, se vende. Esa lógica llevó a Sepp Blatter y su equipo a la práctica de vender las sedes para los futuros mundiales. La World Cup y los Juegos Olímpicos se han convertido no solo en un extraordinario evento deportivo sino, también, en el mejor escaparate para exhibir la fuerza de un país y el prestigio de sus gobernantes. Blatter pensó: “Si eso es lo que quieren, que lo paguen”. Y desde luego que lo pagaron: en estos días se han confirmado los sobornos y mordidas para pagar el Mundial de Francia, el de Sudáfrica, que ganó España. Y también los próximos mundiales de Moscú en 2018 y Qatar en 2022. El ministro de Deportes de Sudáfrica lo acaba de reconocer: “Mi trabajo no consiste en investigar si la FIFA está dirigida por una banda impresentable de mafiosos. A mí me encargaron traer el Mundial a Sudáfrica, y para eso me exigieron enviar diez millones de dólares a las Islas Caimán, y fue lo que hice”.
Fútbol y Guerra Fría
Como ya dijimos, el gran error de Blatter y su equipo, que incluye de forma destacada al presidente de la Federación Española de fútbol, señor Villar, fue creer que la conspiración procedía de los británicos y franceses. Pero los hechos posteriores demostraron que no era solo “una cuestión de negocios”, como decía uno de los personajes de El Padrino. Era fundamentalmente una cuestión política. Porque, sin saberlo, la FIFA había topado con el gran poder: el poder USA, y no porque los americanos fueran muy aficionados al fútbol. Mientras Blatter seguía en sus chanchullos, Estados Unidos y la Unión Europea habían entrado en un grave conflicto con la Rusia de Putin. Primero por la protección a Snowden, refugiado en Moscú y, a continuación, por el conflicto de Ucrania. Estos asuntos llevaron a una nueva modalidad de guerra fría, la guerra económica: sanciones financieras, bloqueo de inversiones tecnológicas y energéticas, bajada del precio del petróleo y golpear “dónde más les duele” intentando suspender el Mundial del 2018 que Putin está preparando para su apoteosis. La FIFA comprendió muy tarde que las presiones de Cameron y las investigaciones del FBI sobre “la corrupción de las sedes” solo perseguía una sola sede: la de Moscú. Y Blatter tampoco entendió que a los norteamericanos hay que tomárselos en serio cuando creen que un asunto afecta a “su seguridad”.
En el Baur an Lac
Cuentan que estaba la semana pasada el presidente de la FIFA reunido con todo su equipo en la maravillosa terraza que da al lago en el histórico hotel suizo Baur an Lac. Un hotel de superlujo, tres mil dólares la noche, y en cuyos salones y suite se han negociado todos los chanchullos de la FIFA de los últimos años. Apacible y satisfecho, Blatter, rodeado de los suyos, que le reían sus gracias, comentó: “Está todo controlado, ganaremos el congreso del próximo viernes y los ingleses y americanos van a tener que tragársela. No han encontrado nada importante ni en las investigaciones del FBI ni en la de los británicos”. El gran Blatter, ganador de mil batallas, parecía haber ganado una más.
El sabor del triunfo apenas le duró unas horas. A las seis de la mañana del día siguiente, la policía, con una orden de la fiscalía suiza, entró en el hotel y detuvo a siete altos directivos de la FIFA, aunque no a Blatter. A su vez, la Interpool cursó otras tantas órdenes de detención en diversos países del mundo. Pero como era de imaginar, la operación no era suiza, sino norteamericana. La orden inicial procedía de Nueva York, directamente del Departamento de Justicia, aplicando eso que llaman la extraterritorialidad. Todo fue explicado, el New York Times informó detalladamente y se vio obligado a dar su fuente: el FBI.
Así nos enteramos que dos destacados miembros americanos del equipo de Blatter, Mr. Webb y Mr. Warner, habían cantado al FBI y delatado a los suyos. Como en las películas de la mafia, quedaron convertido en testigos protegidos. Y confesaron, con todo lujo de detalles, lo que había sido una operación mafiosa a gran escala prolongada y enraizada en la organización. La fiscal americana evaluó las operaciones hasta ahora conocidas en 150 millones de dólares, pero piensa que es mucho más: “La corrupción en esta organización se convirtió en endémica, profunda y sistémica”.
A pesar de todo esto, dos días después, un Blatter muy nervioso se atrevió a inaugurar el congreso de la FIFA en Zurich: “Son casos de corrupción aislados”, intentó justificarse. Algo muy parecido a las cosas que dicen en España. Y a continuación sometió su candidatura a votación. Y con el apoyo de todos “los caimán” de la FIFA derrotó al príncipe Alí, hermano del rey de Jordania. Las autoridades suizas se vieron obligadas a declarar que todo aquello estaba pasando porque, de momento, el señor Blatter no estaba siendo investigado. Pero desde Nueva York les contestaron inmediatamente: “Los testigos protegidos están declarando y si el FBI confirma las pruebas, Blatter parece el máximo responsable”.
Ante tanta contundencia, dos días después Sepp Blatter anunció la dimisión del cargo que acababa de ganar. Pero aclaró que ocupará transitoriamente la Presidencia hasta que se nombre al nuevo presidente en enero de 2016. Lo que significa, por si alguien no se había dado cuenta, que Blatter seguirá siendo presidente en funciones el próximo 26 de julio, fecha en que se sortean los equipos para el Mundial de Moscú.
Eso quiere decir que la película continúa, aún no ha terminado. Es de desear que acabe pronto y tenga un final edificante: como en las películas de antes, pierdan los malos y ganen los buenos. Algunos malos ya sabemos quiénes son, faltan otros. ¿Pero en esta historia hay buenos?
La FIFA se ha convertido en una de las más potentes multinacionales del mundo: en 2014 ingresó 4.000 millones de dólares P La política, y no los negocios, ha hecho estallar el escándalo de los sobornos para comprar las sedes de los mundiales.
NOTA.- Publicado en La Provincia
