La temporada echó el cierre con la emoción de siempre y cosas por resolver hasta el final, aunque más tarde que nunca, aliviada por haber salido airosa de una pandemia que aún amenaza al mundo y que puso en entredicho el desenlace del curso.
La reanudación y la conclusión del ejercicio fue la mejor noticia para el fútbol y también para la sociedad. Sobre todas las cosas, por encima de vencedores y vencidos. El empeño de LaLiga por completar hasta el último partido del calendario contribuyó a la relativa normalidad que aún pretende alcanzar el mundo.
De forma acelerada, con precauciones extremas, sin público y con algunas variaciones en su reglamentación para adaptar la cotidianidad a las nuevas condiciones, echó el balón a rodar.
Será la temporada 2019-2020 la Liga del Covid. La que llevó el drama a la humanidad. La que se estancó en marzo y se reactivó tres meses después para rematar las once fechas pendientes de disputar. Todo salió bien. El mero regreso del fútbol fue la mejor noticia.
En cinco semanas se despachó la Liga de los cinco cambios, del vacío en los estadios y del parón para la hidratación. En pleno verano, en fechas habitualmente reservadas para la configuración de la siguiente campaña; de contactos entre clubes, de rumores y de fichajes; de públicos veraneos en destinos lejanos para las estrellas y en vísperas de iniciar cualquier pretemporada.
De la competición la afición quedó al margen. Fue el seguidor el mayor perjudicado de la situación. La vuelta del espectáculo fue sin espectadores. Y en eso no fue igual. Se jugó sin la pasión en la grada y, por tanto, sin la influencia para el jugador del factor ambiental. No hubo empuje para el local ni temor para el visitante. Ni calor para el anfitrión ni miedo escénico.
El progreso tecnológico ayudó a mantener el tono de los jugadores durante el parón. Los avances de la ciencia sostuvieron a la sociedad. El trabajo telemático invadió los hogares en el confinamiento. Fue una solución laboral, un recurso comercial y un desahogo al ocio. También para los futbolistas, que planificaron sus entrenamientos individuales con un seguimiento online antes de la apertura de puertas y de las sesiones grupales previas a la normalidad.
Fue la Liga del Covid, que dejó para el tercio final la definición de los objetivos. El estancamiento competitivo lo cambió casi todo. Y los equipos que mejor asimilaron la vuelta, física y mentalmente, salieron reforzados y tuvieron su premio.
De entre todos ellos el Real Madrid, que llegó al encierro plagado de dudas, desposeído del liderato que ganó en el clásico y con malas sensaciones tras su paso por el Benito Villamarín, donde perdió contra el Betis para ceder el dominio al Barcelona.
El conjunto blanco tuvo un trayecto impecable. También impensable. Nadie aceptaba que cualquier equipo fuera capaz de ganar todo... y el equipo de Zinedine Zidane lo hizo.
Amparado en una fiabilidad de la que carecía antes del confinamiento superó uno por uno cada rival. Aprovechó la condición de neutral de los compromisos a domicilio para atravesar cada jornada de tres en tres puntos. Salió airoso de recintos peliagudos como Anoeta y San Mamés y reforzó su talante sin fallo alguno en el estadio Alfredo Di Stéfano, donde ejerció de local.
No alcanzó la brillantez pero sí la solidez. Y no participó en el barullo generado por las decisiones del VAR o por el ruido de su adversario.
El Atlético Madrid y el Villarreal, y también el Sevilla, fueron los otros equipos que mejor asimilaron los nuevos tiempos.
El conjunto de Diego Pablo Simeone, que llegó al parón fuera de la Liga de Campeones, regresó como un tiro. Fue, tal vez, el mejor en la era poscovid. Por juego, por sensaciones y por determinación. No cayó en ninguno de sus partidos y cerró el curso instalado en la tercera posición y alentado por su despejado futuro europeo.
La irrupción del Villarreal fue meteórica. Distante de los primeros puestos, acabó el curso metido en competición continental, que casi tenía amarrada el Sevilla, que mantuvo su buen nivel para asegurar su presencia en la próxima Liga de Campeones.
El confinamiento hundió, sobre todo, al Barcelona. El cuadro de Quique Setién se desmoronó. Inició como líder con dos puntos de ventaja la vuelta del torneo. Pero quedó en evidencia. No disipó las sospechas que arrastraba desde el inicio del curso, especialmente fuera de casa. Después, tropezó contra el Sevilla, el Celta y el Atlético Madrid antes de encajar, frente a Osasuna y con la resignación de la Liga perdida, su primera derrota en el Camp Nou.
Se aferra a la 'Champions' el conjunto azulgrana presa de su año más gris de los tiempos recientes y resignado a asumir el final de una época. Ni siquiera Messi, también lejos de su mejor versión, fue capaz de sostener al equipo hasta el final. Cierra el curso con el panorama oscuro el plantel de Setién.